Por Ander Masó
En las estrechas calles del Centro Histórico de la Ciudad de México, donde el bullicio de la vida moderna se mezcla con el eco de un pasado colonial, se encuentran los cafés de chinos, pequeños santuarios de nostalgia. Estos locales, que surgieron en la primera mitad del siglo XX, no solo fueron lugares para saciar el hambre y la sed, sino que también representaron un punto de encuentro donde la cultura china se enraizó en el suelo mexicano.
El café, en sus orígenes, fue símbolo de la aristocracia, de los intelectuales y los políticos que se reunían en grandes salones con decorados lujosos. Sin embargo, los cafés de chinos ofrecieron una alternativa más accesible y popular, donde por unos centavos, cualquier persona podía disfrutar de un café con leche acompañado de un bolillo o un bísquet. Estos establecimientos se distinguieron por su ambiente acogedor, sus vitrinas llenas de pan chino y por ser lugares donde se podía comer a cualquier hora, incluso a las dos de la mañana.
La historia de estos cafés está entrelazada con la de la migración china a México. Desde finales del siglo XIX, los inmigrantes chinos llegaron a trabajar en haciendas, ferrocarriles y luego establecieron sus propios negocios. Los cafés de chinos nacieron de estas comunidades, adaptando recetas europeas aprendidas en su país y mezclándolas con ingredientes y sabores locales. El resultado fue un pan dulce único, ni completamente chino ni totalmente mexicano, sino una fusión que ha perdurado en el paladar de los chilangos.
Uno de los establecimientos más emblemáticos es Café Kowlaan, ubicado en Avenida Revolución, en Tacubaya. Aquí, el ritual del café con leche es un espectáculo en sí mismo: un concentrado de café oscuro se vierte en un vaso de cristal, seguido por leche caliente que crea una espuma tentadora. El pan, hecho con técnicas ancestrales, se ofrece en variedades que van desde los bísquets hasta los panqués, cada uno con su propia historia de adaptación y amor por la cocina.
Sin embargo, estos cafés no solo se destacan por su oferta gastronómica. Son también un testimonio de la resiliencia y adaptabilidad de una comunidad que, a pesar de enfrentarse a xenofobia y dificultades, ha dejado una huella imborrable en la cultura mexicana. Se cuenta que en estos locales se formaron amistades, se discutieron ideas y se vivieron amores, todo bajo la cálida luz de las lámparas de papel y el aroma del café recién hecho.
A pesar del paso del tiempo y la modernización de la ciudad, algunos de estos cafés han logrado mantenerse en pie, resistiendo la tentación de transformarse en algo más comercial o contemporáneo. Lugar como El Popular en la calle de 5 de Mayo, con sus mesas de vinil rojo y su menú que incluye tanto chop suey como chilaquiles, sigue siendo un punto de referencia para quienes buscan un pedazo de historia en su taza de café.
Hoy, cuando la globalización y las cadenas de café internacionales dominan el paisaje urbano, los cafés de chinos en la Ciudad de México siguen siendo un recordatorio de que la verdadera riqueza cultural de una ciudad se encuentra en sus rincones menos visibles, en esos lugares que guardan historias y sabores de un pasado que no debe olvidarse.