Por Bruno Cortés
¿Por qué limitar lo diverso? En la mitología griega, Procusto tenía una cama de hierro a la que obligaba a sus huéspedes a ajustarse, cortándoles las piernas o estirándolos para que encajaran. Hoy, en la política mexicana, parece que algunos líderes se inspiran en este personaje, buscando que todos piensen, actúen y se acomoden a una visión rígida y uniforme. Aquí va la historia del «Síndrome de Procusto» en la política nacional, donde el verdadero debate se sacrifica para mantener narrativas convenientes.
La Justicia a la Medida
El ejemplo más claro es la reforma judicial que impulsa el gobierno actual. Según los discursos, esta reforma busca la justicia y erradicar la corrupción. Pero, al examinarlo de cerca, parece más bien una estrategia para «enderezar» las decisiones judiciales, o al menos, darles un empujoncito para que vayan en la dirección «correcta». Los críticos lo dicen sin rodeos: esta «justicia a la medida» podría destruir la independencia del sistema judicial. Y la verdad, ¿de qué sirve una justicia que no puede ser imparcial, que está alineada a un solo criterio y no escucha las voces de todos?
El Culpable Perfecto
Si hay algo que no falla en la política mexicana es encontrar al “culpable perfecto” para todo. Así, si las cosas no salen bien, el problema no es de quien decide, sino del INE, de los jueces o de cualquier institución que parezca estar fuera de su control. De hecho, si no se ajustan al molde, se convierten automáticamente en adversarios, «conservadores» o «desestabilizadores». Este fenómeno es otro tipo de «Procusto», donde se fuerza una narrativa de victimización y lucha constante, pero sin asumir responsabilidades propias.
Una Sola Voz: La Disidencia a la Basura
¿Ideas distintas? ¿Propuestas alternativas? Eso en el México de hoy es casi un pecado. Quienes se atreven a pensar diferente son tachados, descalificados y hasta hostigados públicamente. Solo hay un “discurso oficial” y las demás perspectivas parecen estorbar, un poco como las piernas que Procusto amputaba para que sus víctimas encajaran. Tal es el caso de líderes opositores, académicos y activistas a quienes se les trata de ajustar (por las buenas o las malas) al discurso dominante, en una especie de uniforme ideológico que elimina la posibilidad de un debate real y plural.
Y el Poder, ¿Por Qué Nadie lo Suelta?
Una de las partes más tristes de esta historia es la reacción de ciertos grupos políticos cuando sienten que su poder está en riesgo. En lugar de abrirse a nuevas ideas o adaptarse, algunos líderes eligen lanzar ataques o discursos viscerales para desacreditar a quienes vienen empujando con ideas frescas o, simplemente, ganan elecciones. Un ejemplo claro es la reacción a la alternancia política; la llegada de cualquier figura ajena al grupo dominante trae consigo ataques, bloqueos y descalificaciones, como si la única forma de gobernar fuera la suya.
Ejemplos de “Procusto en la Política”: De Sheinbaum a Meade
- Claudia Sheinbaum ha sido una de las figuras atacadas y juzgadas por un sector que parece no tolerar su ascenso en un mundo político predominantemente masculino. Aquí, el síndrome se manifiesta cuando se intenta forzarla a una imagen de incapacidad, a pesar de los avances de su gestión.
- Ricardo Anaya, ex candidato del PAN, es otro ejemplo. Fue víctima de una campaña de desprestigio que buscaba encerrarlo en una narrativa de corrupción, dificultándole así el despliegue de sus propias ideas. ¿Coincidencia? No lo parece.
- Andrés Manuel López Obrador. Aunque es actualmente es el ex presidente de México, él mismo ha experimentado este fenómeno. A lo largo de su carrera, ha enfrentado ataques que intentaban presentar su visión como una amenaza, cuestionando sus propuestas progresistas. La diferencia ahora es que su narrativa es la que trata de imponerse como la única válida.
El Precio de la Uniformidad
El «Síndrome de Procusto» no es solo un obstáculo en los pasillos del poder; afecta directamente a la ciudadanía. En un ambiente donde no hay espacio para el disenso, ¿quién garantiza que nuestras voces serán escuchadas? La desconfianza en las instituciones y el desencanto con la política se incrementan. Y es que, ¿quién va a confiar en un sistema donde todos deben encajar o, de lo contrario, son «ajustados» a fuerza de narrativa?