Por Bruno Cortés
¡Ahí va la cosa, banda! ¿Quién necesita telenovelas cuando tienes el drama político de la 4T? Por un lado, tienes al presidente AMLO, siempre listo para señalar con el dedo a los «neoliberales», y por otro, al magnate Ricardo Salinas Pliego, quien parece tener una deuda fiscal más grande que el ego del mismísimo Donald Trump.
La bronca entre estos dos titanes ha pasado de ser un simple pleito de billetes a convertirse en un espectáculo digno de Netflix. ¿La trama? El SAT persigue a Salinas Pliego como si fuera un caza-recompensas del lejano oeste, mientras que el empresario saca las garras y acusa al gobierno de corrupción y extorsión. ¡Qué show, amigos!
Pero aquí el quid de la cuestión no es solo el dinero, sino cómo se juega al gato y al ratón con la ley. Salinas Pliego parece hacer de las suyas pagando parte de la deuda y luego lanzando acusaciones por Twitter como si fuera un influencer de la farándula. Y AMLO, ¿qué? Pues él, en vez de enfrentar las críticas con argumentos, se limita a decir que esto es asunto de todos, menos de él. ¡Pum! Ahí tienes la transparencia y la rendición de cuentas en su máximo esplendor.
Y por si eso fuera poco, el drama se cuela en los tribunales con Salinas Pliego demandando al vocero de AMLO por violar la ley. ¿En serio? ¡Esto parece más una pelea de barrio que una disputa entre líderes de nación!
Y mientras estos dos se pelean como gatos y perros, ¿qué pasa con el pueblo? Pues aquí, sentados, viendo cómo la ley se retuerce y se dobla a conveniencia de los poderosos. Porque mientras tú o yo no paguemos nuestros impuestos, el SAT nos cae como mosquitos en verano, pero si eres lo suficientemente grande, parece que puedes hacer lo que te plazca. ¿Dónde queda la justicia en todo esto? ¿Dónde queda la igualdad ante la ley?
Y si creías que eso era todo, espera a ver el otro episodio de esta telenovela mexicana llamada «El Sexenio Violento». Porque, sí, amigos, mientras estos dos se tiran los trastos a la cabeza, el país arde en llamas. Con récords de violencia y homicidios dignos de Guinness, el gobierno de AMLO parece más perdido que un pingüino en el desierto.
Con promesas de «abrazos, no balazos» y la creación de la Guardia Nacional, uno pensaría que estaríamos más seguros que un caracol en su caparazón, pero la realidad es otra. La violencia se ha convertido en el pan de cada día, y las estrategias del gobierno parecen más un placebo que una solución real.
Y mientras tanto, México sigue en el top de los países más peligrosos del mundo, con cifras que dan miedo y una sensación de inseguridad que no se quita ni con té de tila. ¿Dónde están las respuestas? ¿Dónde está la esperanza de un país seguro para todos?
En fin, amigos, aquí termina nuestra historia de hoy. Un país donde la ley es más flexible que el chicle en verano y donde la violencia campea a sus anchas. ¿El final feliz? Eso solo el tiempo lo dirá. Pero por ahora, seguiremos siendo espectadores de este circo llamado política mexicana. Y que Dios nos agarre confesados.