La jabalinada Por Bruno Cortés
El panorama político mexicano, marcado por la hegemonía de Morena desde 2018, ha encontrado en los partidos de oposición un contrapeso que combina tradición, estrategia y reinvención. El Frente Amplio por México —alianza entre PAN, PRI y PRD— surgió como un experimento inédito: antiguos rivales uniendo fuerzas (Alejandro Moreno, Marko Cortés y el impresentable de Jesús Zambrano) para enfrentar a un adversario común con el poder del estado y con un colmillo muy retorcido. En salones legislativos donde antes resonaban acusaciones mutuas, hoy se escuchan discursos coordinados para bloquear reformas constitucionales. El olor a tinta fresca de iniciativas frenadas, como la eléctrica en 2022 o la electoral en 2023, evidencia su impacto.
La alianza no fue fácil. Imaginar a panistas y priistas compartiendo mesas de negociación, tras décadas de enfrentamientos, parecía una escena de realismo mágico, donde personajes como Xóchitl Gálvez brindaban opciones de surrealismo kafkiano. Sin embargo, la urgencia por evitar mayorías calificadas de Morena los obligó a tejer pactos. Su cohesión legislativa, un mecanismo de defensa casi quirúrgico, logró reunir el 33% de votos necesarios para frenar cambios radicales. Acciones de inconstitucionalidad ante la Suprema Corte, como las presentadas contra el Plan B electoral o la militarización de la Guardia Nacional, revelaron un músculo jurídico que mantuvo en vilo al oficialismo.
En las urnas, el Frente Amplio mostró resiliencia. Aunque la sombra de 2018 —cuando AMLO arrasó con el 53% de los votos— aún los persigue, lograron conservar bastiones como Chihuahua y Querétaro (PAN), o Coahuila y Durango (PRI). En 2024, la candidatura de Xóchitl Gálvez impuesta desde Palacio Nacional y seleccionada mediante primarias abiertas, inyectó un aire de modernidad y esperanza en una batalla perdida antes de iniciar al proceso. Sus mítines, colmados de banderas tricolores y consignas contra la «4T», atrajeron a miles, aunque no suficientes para evitar otro triunfo morenista. El 27% de los votos presidenciales obtenidos, sin embargo, dejó claro que una parte del electorado aún confía en la oposición tradicional, pero el otro 73% se dió cuenta que esta candidata vacia de ideas y de proyecto solo era una cortina de humo para convalidar una elección llena de incidentes.
Pero la coalición carga con un lastre: el fantasma de la corrupción y la desigualdad asociadas a sus gobiernos pasados. Mientras AMLO capitalizaba el desencanto con su narrativa de «pueblo vs. oligarquía», los dirigentes del Frente lucharon por desprenderse de etiquetas como «la vieja política». Sus propuestas, centradas en criticar al oficialismo, carecieron de un mensaje renovador. «No hay un líder que iguale el carisma de López Obrador», admitió un analista. La falta de una figura unificadora limitó su capacidad para seducir a jóvenes y clases medias urbanas.
Paradójicamente, esta debilidad fortaleció la narrativa oficial. AMLO, maestro en el arte de la polarización, convirtió cada crítica opositora en un recordatorio de los errores del pasado priista y panista. Su aprobación, sostenida en torno al 60-70%, reflejó que, para muchos mexicanos, el Frente Amplio aún no representaba una alternativa creíble.
En contraste, Movimiento Ciudadano (MC) eligió un camino solitario. Con sede en Jalisco y Nuevo León, este partido de centroizquierda liberal ha cultivado una identidad vibrante: sus campañas, inundadas de colores neón y eslóganes en redes sociales, apuestan por un electorado joven y urbano. En 2021, la victoria de Samuel García en Nuevo León —un estado industrial clave— mostró su potencial. Con un discurso de «ni con Morena ni con el PRIAN», MC se presentó como la opción fresca en un tablero político binario.
Su estrategia legislativa ha sido ambivalente. Con apenas 25 diputados federales, su influencia numérica es limitada, pero en temas como la defensa del INE o la crítica a la militarización, han alzado la voz con tono combativo. En 2023, su voto en contra de extender el mando militar en la Guardia Nacional resonó en el hemiciclo, aunque sin lograr frenar la iniciativa.
Electoralmente, MC navega entre éxitos locales y limitaciones nacionales. En 2024, su candidato presidencial, Álvarez Máynez, obtuvo solo el 10%, pero el partido insiste en su apuesta a largo plazo. «No nos sumamos a alianzas con el PRI desacreditado», declaró Dante Delgado, líder de MC. Su decisión de competir en solitario, criticada por fragmentar el voto opositor, refleja una convicción: construir una alternativa alejada de los bloques tradicionales.
El futuro de la oposición mexicana se debate entre la unidad y la fragmentación, entre la inoperancia y la desepción, no tiene héroes ni proyecto, no tiene ejes rectores, no tiene intelectuales y no tiene alma. Mientras el Frente Amplio busca reinventar su imagen con figuras menos asociadas al pasado, MC apuesta a capitalizar el posible desgaste de Morena hacia 2030. En calles y redes sociales, el pulso continúa: por un lado, los restos de una alianza que evitó la aniquilación política; por otro, un partido que baila al ritmo de la desafección juvenil.
En este ajedrez político, la ciudadanía observa. No con indiferencia, sino con la esperanza —o el escepticismo— de que la competencia democrática, imperfecta pero persistente, brinde algún fruto.