Ivonne Cárdenas
En el corazón de Guerrero, entre montañas que esconden historias de lucha y esperanza, se encuentra Chichihualco, un pequeño pueblo que lleva más de cinco décadas cosiendo sueños en forma de balones. Aquí, en la entrada de la Sierra Filo de Caballos, no se viven días fáciles. La violencia, la emigración y el olvido gubernamental pesan sobre sus calles empinadas, pero el oficio de fabricar a mano los mejores balones de México sigue siendo su bandera de resistencia.
Una tradición hecha a mano
Chichihualco no es cuna de futbolistas, pero sí de balones que compiten en calidad con los utilizados en los Mundiales. Esféricas que podrían plantarse con orgullo frente a los icónicos «Telstar» de Rusia, el «Brazuca» de Brasil o incluso los balones de Qatar 2022. Aquí, cada puntada cuenta una historia, y aunque la destreza de sus artesanos no le pide nada a las fábricas de Pakistán, India o China, el reconocimiento y el apoyo siguen siendo esquivos.
Don Alberto Morales Adame, el pionero de este oficio en el pueblo, recuerda cómo, en 1967, inició esta tradición que llegó a contar con 70 talleres en su mejor época. “Antes, nuestros balones eran usados en el futbol profesional, pero eso cambió. Ahora todo son balones importados, sobre todo de China. Eso nos acabó”, lamenta mientras sostiene una esférica de su marca “Don Beto”, cosida a mano con la precisión que dan décadas de experiencia.
Un oficio bajo presión
Hoy, menos de 20 talleres sobreviven en Chichihualco. La producción, que hace una década alcanzaba los 100 mil balones mensuales, hoy apenas llega a 15 mil. Las calles del pueblo son testigos del esfuerzo de jóvenes, mujeres y niños que cosen en las puertas de sus casas, ganando entre 10 y 15 pesos por cada balón. “Aquí no hay trabajo, y con la violencia vivimos encerrados. A veces logro coser cuatro balones en un buen día”, dice Doña Virginia Ramírez, una veterana de 73 años que lleva medio siglo en este oficio.
La competencia desleal con los balones chinos ha reducido la demanda. Esos balones, pegados y de menor calidad, han desplazado a los cosidos a mano de Chichihualco, que, aunque más económicos y duraderos, carecen de la promoción que necesitan para trascender fronteras.
El talento que se va
La falta de oportunidades ha llevado a muchos a emigrar a Estados Unidos o, peor aún, a unirse a actividades ilícitas. “Antes fabricaba mil balones por semana; ahora, apenas llego a 500”, comenta José Figueroa, otro fabricante local. La inseguridad y el desinterés de las autoridades han alejado a compradores y distribuidores.
Casiano, un joven de 16 años, combina sus estudios de preparatoria con el oficio de coser balones. Sueña con ser futbolista profesional mientras, con aguja e hilo en mano, da forma a un balón que le pagarán a 13 pesos. “Con eso me ayudo para los gastos de la escuela”, dice, demostrando que el talento y la perseverancia de este pueblo no tienen edad.
Un llamado al apoyo
Las marcas locales como Guerrero, Eclipse, Balmex y Super Crack han hecho historia en el futbol amateur y profesional, pero la falta de apoyo gubernamental y de instituciones como la SEP o la Conade ha limitado su proyección. “Podríamos exportar nuestros balones y competir con las grandes marcas si tan solo tuviéramos el respaldo necesario”, afirma José Luis Adame, otro fabricante orgulloso de su trabajo.
A pesar de todo, Chichihualco sigue resistiendo. Sus balones no solo son el resultado de un oficio artesanal; son un símbolo de la lucha y la dignidad de un pueblo que se niega a rendirse. En cada puntada, hay un sueño: el de volver a ser el motor económico que alguna vez sostuvo a miles de familias y el de ver a sus balones rodar en campos de todo el mundo.