¿Visa negada o cortina de humo? La frontera arde… en rumores

La Jabalinada por Bruno Cortés

Primero te quitan la visa, luego la narrativa y al final… la compostura. La gobernadora de Baja California, Marina del Pilar Ávila, y su esposo, Carlos Torres Torija, amanecieron el 11 de mayo con un bonito recordatorio de quién manda en la frontera: el Tío Sam. La pareja fue notificada de la revocación de sus visas de turista estadounidenses. Según ellos, todo es «administrativo». Según Estados Unidos, nada se puede decir. Y según el internet mexicano… ya están preparando la serie en Netflix: NarcoGob: Baja Infiltrada.

El poder en reversa

En política mexicana, que te quiten la visa gringa es casi tan malo como perder la candidatura en domingo. Es un mensaje claro, aunque no siempre explícito. Porque mientras la embajada de Estados Unidos guarda silencio como si estuviera en misa, las redes sociales ya hicieron el juicio y dictaron sentencia: corrupción, narco, lavado, o simplemente el karma de andar del brazo con el poder. No hay pruebas, pero sí muchos memes.

El problema no es la revocación per se, sino el vacío informativo que deja lugar a las sospechas. Y ya se sabe: en México, si hay sospecha… hay novela.

El pasado no perdona: el calderonista en la sala

Ahora bien, lo que la gobernadora no contó en su comunicado de tono zen es que su esposo no es cualquier político de cuarta (transformación). Carlos Torres Torija fue nada menos que el Secretario Particular del presidente Felipe Calderón. Así es: el mismísimo que escribía la agenda, coordinaba los asuntos confidenciales y le pasaba los recados a quien gobernaba en tiempos de guerra contra el narco y fraudes electorales aromatizados con sahumerio institucional.

Antes de eso, Torres fue asesor en la Secretaría de Energía cuando Calderón jugaba a ser secretario en 2003. Y después, dirigió Promotora Ambiental (PASA), empresa de manejo de residuos. Con esos antecedentes, que lo ubiquen ahora en el equipo morenista de Baja California es como ver a un panista disfrazado de guinda en Halloween. Uno que conoce los secretos del calderonismo, y que hoy, curiosamente, tampoco puede pisar suelo gringo.

¿Será que en el Departamento de Estado tienen buena memoria? Porque aunque aquí en México los políticos cambian de camiseta como de calcetines, en Washington se acuerdan de quién era quién cuando empezó la militarización del país.

Drones, muros y teatro aéreo

Y mientras Torres defiende su “conciencia tranquila” desde Facebook, del otro lado del muro las cosas se calientan. Según la CBP, más de 155 mil drones del narco mexicano han sido detectados sobrevolando la frontera. No sabemos si llevan cámaras, explosivos o simplemente están en modo “streaming del cártel”. Lo que sí sabemos es que Estados Unidos está más nervioso que nunca.

Y como si fuera poco, Trump decretó una segunda zona de defensa militarizada en El Paso, Texas. Ya había hecho lo mismo en Nuevo México. Todo eso adornado con una orden ejecutiva para acelerar deportaciones, cerrar la aplicación de asilo CBP One y mandar a los migrantes —literalmente— al diablo del trámite.

¿Coincidencia que revocaran la visa a una gobernadora de estado fronterizo justo cuando Trump revive su discurso de “los mexicanos traen drogas, crimen y problemas”? El guion está tan obvio que hasta Ronald Reagan se sonrojaría.

Morena se victimiza, pero no explica

El discurso morenista ante la revocación es más predecible que el presupuesto del Tren Maya: «Esto es un ataque de los adversarios conservadores». Lo dicen con la boca llena de indignación, pero sin abrir sus cuentas bancarias ni explicar por qué dos figuras públicas, una con pasado calderonista, están en la mira del país más paranoico del mundo.

El PAN pide auditorías internacionales. Y aunque uno desconfíe de las buenas intenciones de la oposición, hay algo cierto: si todo es transparente, que lo demuestren. Porque en política, cuando se niega mucho algo, es que ya se está imprimiendo el comunicado de prensa.


Conclusión: La frontera, ese teatro de sombras

Este asunto no va solo de visas. Va de narrativa. De poder. De quién puede pisar qué territorio y con qué cara. Va de lo que no se dice y lo que se insinúa. De cómo un ex calderonista, reconvertido en funcionario morenista, termina en medio de un entuerto diplomático mientras drones narcos vigilan la frontera y Trump juega al Risk con soldados de verdad.

Y lo más irónico es que, en este juego de espejos, los únicos que no tienen pasaporte diplomático… son los ciudadanos. Esos que viven en Baja California, ven pasar a los turistas por San Ysidro, y ahora se preguntan si su gobernadora podrá volver algún día a comprar en el outlet de San Diego.

Porque en la política mexicana, el verdadero muro no está en la frontera: está en la falta de respuestas.

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