Por Bruno Cortés
En un país donde las postales de playa y las rutas mágicas suelen opacar las raíces más profundas, el Programa de Turismo Comunitario surge como un intento por devolverle el protagonismo a los invisibles: las comunidades locales que son guardianas del verdadero espíritu mexicano. Con la promesa de reconciliación social y justicia económica, el programa intenta convertir el turismo en una herramienta de equidad. Pero, ¿estamos realmente ante un cambio de paradigma o frente a un discurso que se perderá en la burocracia?
El distintivo «Turismo Comunitario» aparece como una iniciativa de gran potencial, con lineamientos claros para que las comunidades no sean solo espectadoras, sino protagonistas de su propio desarrollo económico y cultural. Sin embargo, el verdadero reto está en que este distintivo no se convierta en una medalla simbólica, sino en un catalizador de transformaciones reales. En el Istmo de Tehuantepec, por ejemplo, el Seminario de «Iniciativas de Turismo Comunitario» busca consolidar este modelo en una región que históricamente ha sido una puerta entre océanos, pero también un epicentro de desigualdad.
Morelos da un paso audaz con la creación de su Dirección de Turismo Comunitario, siendo pionera en institucionalizar este enfoque. Es un movimiento que, en teoría, posiciona al estado como modelo a seguir, pero que en la práctica enfrentará el escrutinio de comunidades ansiosas por ver resultados tangibles. ¿Será Morelos el ejemplo que inspire a otras entidades o solo un proyecto piloto más en la larga lista de promesas gubernamentales?
A nivel regional, alianzas como la Peninsular para el Turismo Comunitario resaltan la fuerza de la cooperación. Las cooperativas del sureste mexicano, con su riqueza cultural y biodiversidad, tienen en sus manos la posibilidad de liderar una nueva narrativa de sostenibilidad. Pero aquí surge la pregunta: ¿quién medirá los beneficios? ¿Será la comunidad quien decida su éxito o los indicadores seguirán siendo números en un escritorio capitalino?
Los intercambios internacionales, como los realizados con Cartagena y Cali, ofrecen una valiosa perspectiva para enriquecer el modelo mexicano. Sin embargo, el peligro radica en importar soluciones sin adaptarlas al contexto local, ignorando las particularidades que hacen de cada comunidad un espacio único.
En el papel, el PROSECTUR 2020-2024 ofrece un marco sólido para el turismo sostenible y comunitario, pero la implementación será la verdadera prueba de fuego. La coordinación entre niveles de gobierno y comunidades será clave, aunque las experiencias pasadas nos obligan a ser cautelosos. ¿Cómo evitar que estas estrategias se queden en intenciones bien redactadas pero mal ejecutadas?
El turismo comunitario, en su esencia, es una resistencia a la homogenización turística. Es un llamado a celebrar las diferencias, a aprender de las voces que durante mucho tiempo han sido ignoradas. Pero para que esta visión se materialice, el discurso debe convertirse en acción. El verdadero desafío de SECTUR no es solo construir un país más igualitario, sino hacerlo escuchando y empoderando a quienes siempre han estado en la periferia de las decisiones.