Por Bruno Cortés
La amenaza de aranceles que nunca se cumple pero siempre asusta. Así podríamos resumir el manual de política exterior de Donald Trump, versión 2025. El expresidente de Estados Unidos —y actual candidato reincidente— ha vuelto a sacar del cajón de los efectos especiales su recurso favorito: amenazar a México con aranceles como si fueran sanciones divinas. Lo curioso no es que lo haga (eso ya lo sabíamos), sino que lo siga haciendo aún sabiendo que no puede cumplirlo sin violar flagrantemente el T-MEC. Pero, como buen actor de reality show, Trump no busca cumplir, sino entretener a su audiencia con una mezcla de nacionalismo barato, drama electoral y un México usado como el villano que todos quieren odiar… aunque todos dependan de él.
México: El eterno antagonista del show trumpista
No es nuevo. Desde 2015, Trump convirtió a México en su antagonista predilecto: que si los migrantes, que si las drogas, que si el desempleo de los pobres granjeros de Ohio. Lo que sea con tal de tener a alguien a quien culpar de los males que aquejan al American Dream. Y ahora, en pleno 2025, cuando el T-MEC prohíbe claramente este tipo de medidas unilaterales, él vuelve a la carga con amenazas de aranceles del 25% o incluso del 100%… como si eso fuera una partida de Monopoly. El problema es que muchos le creen.
El muro invisible: México como policía migratorio
Trump no quiere un muro de concreto, quiere un muro con piernas. Y México, bajo presión, ha terminado haciendo el trabajo sucio: desplegar la Guardia Nacional en el sur del país, frenar migrantes, vigilar cruces y, de paso, agachar la cabeza para que no se les caiga el peso frente al dólar. En 2019 ya lo vimos. Y hoy, la historia se repite: otra amenaza, otra cesión. México termina siendo, como en esas telenovelas malas, el personaje que sabe que lo están manipulando pero igual cae porque “es por el bien de todos”.
Aranceles como cortina de humo
Cuando la prensa empieza a hablar de los juicios de Trump, de su “relación abierta” con la legalidad, o de sus finanzas sospechosamente opacas, siempre aparece el mismo libreto: “Vamos a imponer aranceles a México”. Es el equivalente político a gritar “¡fuego!” en una sala de cine cuando ya nadie quería ver la película. Sirve para distraer, polarizar, llenar espacios noticiosos y —por supuesto— envalentonar a su base.
El tratado que se firmó… para ignorarse
El T-MEC es un tratado de libre comercio, sí, pero también es una de esas reglas de juego que Trump firmó solo porque no podía salirse con la suya en el NAFTA. Hoy, cada vez que habla de imponer aranceles, se pasa ese tratado por donde no le da el sol, sin importar que su propio partido y sus propios aliados empresariales le adviertan que eso sería pegarse un balazo en el pie… con botas texanas puestas.
La retórica como arma de campaña
Trump no necesita aranceles. Le basta con el miedo. Lo que quiere es que México actúe antes de que él tenga que hacer algo. Así, puede volver a pararse en un mitin, presumir que “dobló” al gobierno mexicano y repetir su mantra: “América primero”. Lo que no dice es que cada amenaza genera incertidumbre en los mercados, tensión en las relaciones diplomáticas y, lo más grave, erosiona el respeto entre países que comparten una de las fronteras más dinámicas del mundo.
Un México en modo reactivo
Mientras tanto, del lado mexicano, seguimos reaccionando como si fuera la primera vez. Se activan reuniones de emergencia, se mide el impacto en las exportaciones, y hasta se emiten comunicados llenos de palabras como “diálogo”, “respeto mutuo” y “voluntad política”. Todo muy institucional, claro, pero también muy predecible. El problema no es que México no quiera enfrentar a Trump; el problema es que teme hacerlo porque sabe que el golpe económico sería duro… aunque el golpe de dignidad sea peor.
¿Y si lo dejáramos hablar solo?
En el fondo, Trump es como ese tío incómodo en las cenas familiares: sabes que va a decir una barbaridad, pero todos lo dejan hablar para no hacerle caso. México podría aprender algo de eso. En lugar de salir corriendo a negociar cada vez que lanza una amenaza, podríamos dejar que la institucionalidad del T-MEC haga su trabajo. Claro, eso implicaría tener una política exterior menos reactiva y más proactiva. Pero soñar no cuesta nada, ¿verdad?
El espectáculo debe continuar
Las amenazas de Trump son una mezcla de stand-up político, chantaje comercial y reality show electoral. No están pensadas para ejecutarse, sino para generar espectáculo. Y como todo buen espectáculo, necesita un antagonista. México, tristemente, sigue en ese papel. Tal vez ya va siendo hora de cambiar el guión.