Desde su irrupción en la escena política estadounidense, Donald Trump ha sido sinónimo de controversia, particularmente en sus declaraciones sobre México, a quien acusó de enviar a su país «criminales» y «violadores». Esta retórica no solo fue un pilar de su campaña de 2016, sino que continúa siendo una constante en su agenda política. México, por ser el vecino inmediato, ha soportado la mayor parte de estas críticas, con promesas de muros fronterizos y políticas migratorias de mano dura que incluyen la detención masiva de indocumentados y la eliminación de programas como DACA.
Sin embargo, la influencia de Trump sobre América Latina va más allá de la frontera con México. Aunque su campaña no se enfocó explícitamente en otros países latinoamericanos, las políticas que propone afectan a toda la región. La inmigración ilegal desde Centroamérica y el Caribe también ha sido un blanco de sus críticas, con propuestas de deportaciones masivas y la eliminación de la ciudadanía automática para los hijos de inmigrantes indocumentados. Estas medidas han sembrado el temor entre comunidades migrantes en Estados Unidos y en sus países de origen, donde familias enteras han tenido que reconsiderar sus planes de migrar o regresar.
En el ámbito comercial, Trump ha sido un defensor acérrimo de «America First», lo que se ha traducido en una revisión crítica de acuerdos como el TLCAN, ahora reemplazado por el T-MEC. Su enfoque en los desequilibrios comerciales ha generado tensiones con países como Brasil y Argentina, aunque no han recibido el mismo nivel de atención mediática que México. El temor a aranceles punitivos y a la renegociación de tratados ha mantenido a las economías latinoamericanas en vilo, tratando de anticipar sus próximos movimientos.
El combate contra las drogas es otro tema donde la política de Trump ha tenido un impacto significativo en América Latina. Su administración ha promovido una visión militarizada del problema, presionando a países como Colombia y México para intensificar la guerra contra los cárteles de drogas. Esta estrategia, sin embargo, ha sido criticada por no abordar las causas subyacentes como la demanda interna de drogas en Estados Unidos o la facilidad con la que las armas estadounidenses llegan a manos de los narcotraficantes.
La política de Trump también ha influido en cómo América Latina se ve a sí misma en el escenario internacional. En países como Venezuela, Nicaragua y Cuba, su administración ha adoptado una postura dura contra lo que considera «dictaduras», aunque sus métodos han sido cuestionados por ser más ideológicos que diplomáticos. La retórica de Trump ha alimentado el discurso de la intervención, aunque sin concretarse en acciones militares directas, ha reforzado la polarización política dentro de la región.
Las elecciones de 2024, con Trump de nuevo en la contienda, han reavivado estos temas. Su promesa de construir más muros, no solo físicos sino también de políticas migratorias y comerciales, ha vuelto a poner a América Latina en un estado de alerta. El temor a una escalada en las deportaciones, el endurecimiento de las políticas de drogas y la revisión de acuerdos comerciales sigue siendo palpable, especialmente en una región que ha estado luchando por recuperarse económicamente de la pandemia y de sus propios desafíos internos.
A pesar de que la atención de Trump hacia América Latina se ha centrado principalmente en México, los efectos de sus políticas son regionales, impactando desde la economía hasta las políticas de seguridad y migratorias. La región se encuentra, una vez más, en una encrucijada, tratando de navegar por un futuro incierto bajo el posible regreso de un presidente cuya política exterior ha sido tan disruptiva como impredecible.