Por Bruno Cortés
En la árida extensión de la frontera entre Estados Unidos y México, el sol de la tarde de febrero apenas empezaba a descender cuando Pete Hegseth, con su uniforme impecable, descendió del helicóptero militar en Fort Bliss, Texas. La presencia de Hegseth era más que simbólica; era una declaración de intenciones. Caminando con decisión, se dirigió hacia una fila de soldados estadounidenses y mexicanos, unidos en una misión común: asegurar la frontera.
El ambiente era tenso pero optimista. Hegseth, con su voz resonante, se dirigió a los medios reunidos: «El presidente quiere un control operativo del 100% de la frontera, y lo cumpliremos». Su afirmación no era mera retórica; reflejaba la política de línea dura de la administración Trump en su segundo mandato. Los soldados, conscientes de la magnitud de su tarea, escuchaban con atención, sabiendo que eran parte de una estrategia más amplia.
A lo largo de la frontera, los soldados mexicanos, vestidos con sus uniformes verdes, se mezclaban con sus contrapartes estadounidenses. Esta cooperación, resultado de negociaciones recientes, era un punto de inflexión. México, bajo la presidencia de Claudia Sheinbaum, había accedido a desplegar 10,000 efectivos para colaborar en la vigilancia y control de la frontera, una medida que no solo respondía a las presiones económicas de los aranceles, sino que también buscaba abordar el tráfico de drogas y la inmigración ilegal desde su propio territorio.
La vista desde la frontera era impresionante, con la imponente estructura del muro en algunos tramos y el paisaje desértico extendiéndose hacia el horizonte. Aquí, donde la tierra se encuentra con la política, Hegseth hizo hincapié en que esta estrategia no solo era sobre seguridad, sino también sobre soberanía. «No se trata solo de migración ilegal; estamos hablando de seguridad nacional», remarcó, destacando la amenaza del fentanilo y la actividad de los cárteles.
Los soldados, tanto estadounidenses como mexicanos, patrullaban con una coordinación que solo la urgencia y la necesidad pueden forjar. Helicópteros sobrevolaban el área, mientras que en el suelo, unidades de reconocimiento avanzaban, vigilando cada movimiento sospechoso. La cooperación entre las dos naciones era palpable, un esfuerzo conjunto para hacer frente a los desafíos que la frontera presenta.
Entre los soldados, había un sentido de camaradería y respeto mutuo que trascendía las diferencias nacionales. Los ejercicios conjuntos y las operaciones de patrullaje compartido demostraban una nueva era de colaboración, aunque no sin sus tensiones. Hegseth, observando la interacción, parecía satisfecho, sabiendo que cada paso adelante en esta colaboración era un paso hacia el objetivo de control total que Trump había propuesto.
Este encuentro en la frontera no solo marcaba un momento histórico en la relación entre Estados Unidos y México, sino que también delineaba el rumbo que la administración Trump planeaba seguir en su política exterior y de seguridad. Con Hegseth a la cabeza del Pentágono, el mensaje era claro: no habría más medias tintas en la seguridad de la frontera. Y así, bajo el sol del crepúsculo, la promesa de un control absoluto sobre la frontera sur de Estados Unidos se hacía eco, reverberando a través de las tierras fronterizas.