Por Bruno Cortés
En el olimpo de la televisión mexicana, donde durante décadas se dictaron agendas y se moldearon presidentes, ahora reina el desconcierto. El escándalo conocido como TelevisaLeaks no solo ha rasgado la ya desgastada reputación del consorcio de Emilio Azcárraga Jean, sino que ha desatado un terremoto bursátil que ha evaporado más de 38 mil millones de pesos (aproximadamente 2,200 millones de dólares) en valor de mercado. Las acciones de Grupo Televisa se desplomaron tanto en la Bolsa Mexicana de Valores como en la Bolsa de Nueva York, hundiendo la confianza de inversionistas y dejando a la empresa en su punto más bajo en una década.
La Bolsa Mexicana de Valores no perdona, y menos aún cuando huele sangre. El 29 de abril, las acciones de Grupo Televisa se desplomaron un 8.5% intradía, cerrando con una pérdida del 6%. Al otro lado del Río Bravo, los ADR en la Bolsa de Nueva York cayeron un 7.3%. Si esto fuera una telenovela, sería una de las de horario estelar: traición, manipulación, y un rating que se va al piso. El mercado no olvida que la empresa ha perdido el 54% de su valor en el último año y más del 87% en la última década. Y aunque muchos esperaban un “milagro de último capítulo”, el guion parece más digno de La Rosa de Guadalupe que de una superproducción internacional.
El contexto es más que revelador: el caso FIFAGate todavía hace eco en los pasillos del corporativo de Santa Fe. Las investigaciones por sobornos para obtener derechos de transmisión de mundiales y la renuncia temporal de Azcárraga Jean en 2024 siguen pesando. En su momento, esos escándalos provocaron caídas adicionales del 9% en bolsa. Como buen personaje trágico, Televisa no necesita enemigos: se basta sola para tropezar.
Las finanzas tampoco colaboran. Según su último reporte trimestral, la utilidad neta cayó más de un 65%, y los ingresos descendieron 6.1%. La sangría no solo es económica, también simbólica: las audiencias migran a plataformas digitales, la televisión de paga como Izzi y Sky pierde atractivo, y la compañía —que alguna vez fue sinónimo de entretenimiento en español— apenas logra competir en el universo de streaming con su plataforma Vix.
Sin embargo, no todo es ruina. La entrada del financiero David Martínez, con una compra del 7.8% de las acciones en 2024, ofreció un respiro temporal: las acciones repuntaron más de 34% en cuestión de semanas. No es poca cosa. Martínez no suele jugar a perder. Su irrupción podría significar una reconfiguración corporativa de fondo, una especie de cirugía mayor que cambie los órganos sin alterar el rostro… al menos por ahora.
En paralelo, la fusión con Univision y la expansión de Vix son intentos claros de saltar al tren digital, donde Netflix, YouTube y TikTok ya se pelean hasta los centavos. El problema es que, mientras ellos corren, Televisa aún amarra sus agujetas. La inversión es sustancial, pero la credibilidad —esa que cuesta años construir y segundos destruir— sigue hecha trizas, sobre todo tras revelaciones como las de TelevisaLeaks, que exhiben un periodismo a sueldo y un activismo corporativo disfrazado de “líder de opinión”.
Y aunque la empresa intenta hacer control de daños con comunicados que rozan la negación, la falta de respuestas claras y el silencio de sus principales ejecutivos solo alimentan la incertidumbre. El gobierno mexicano ha iniciado investigaciones, pero el tiempo corre. Si Estados Unidos decide intervenir, debido a la cotización de los ADR en su bolsa, el desenlace podría ser aún más dramático.
¿Podrá Televisa reinventarse y recuperar terreno? La respuesta depende menos de lo que diga su junta directiva y más de lo que haga para limpiar su nombre. El escándalo de TelevisaLeaks no solo es un problema de reputación o de acciones desplomadas: es una advertencia de que los imperios mediáticos que se construyen sin ética pueden venirse abajo en cuestión de días. Y esta vez, ni los comerciales ni las telenovelas podrán salvar el prime time.