El panorama estratégico en Ucrania, con el país lejos de la derrota y el invasor aún no vencido, significa que ninguna de las partes tiene un gran incentivo para buscar una diplomacia urgente para poner fin a la guerra.
Ucrania no confía en Putin luego de su invasión no provocada —que pretendía aplastar su independencia e identidad nacional— y la carnicería que ha causado en el país. El heroísmo de su ejército de ciudadanos y el flujo acelerado de armas occidentales está alentando las esperanzas de victoria en Kyiv.
Putin, por su parte, aún no ha logrado ninguno de sus objetivos tras un humillante repliegue desde las afueras de Kyiv. A pesar de las grandes pérdidas informadas de hombres y material, sus generales han establecido nuevos objetivos de guerra para sus tropas: la toma de toda la costa sur de Ucrania, para estrangular al país cortando su acceso al Mar Negro.
Estados Unidos ha reconocido estos desarrollos con un cambio de estrategia presentado esta semana que busca usar una guerra indirecta efectiva para debilitar a Rusia tan severamente que ya no pueda amenazar a Europa.
Pero Ucrania teme una ampliación del campo de batalla. Las autoridades advirtieron el miércoles sobre un posible nuevo frente en el suroeste a lo largo de la frontera con Moldova, que involucra al enclave prorruso de Transnistria.
Y la amenaza de una guerra energética en toda regla que podría desencadenar una recesión y graves dificultades en Europa, y efectos colaterales en Estados Unidos, se hizo más probable el miércoles cuando Rusia cortó el suministro de gas a Polonia y Bulgaria, dos países de la OTAN, miembros que alguna vez estuvieron en la órbita de la Unión Soviética.