CDMX a 18 de octubre, 2022.- Interesantes tiempos tendrá la política estadounidense los próximos dos años con la presencia de la candidatura del expresidente Donald Trump. Sus días como candidato en 2016, y luego como presidente y candidato a la vez durante todo su período, hizo de la política estadounidense una esfera vertiginosa y en constante sismo no solo en su país, sino en todo el mundo y especialmente en una América Latina que se venía ‘izquierdizando’.
El anuncio de su nueva candidatura no llega en el mejor momento para él, y esta situación que sufre también estará afectando lo que se piense en el mundo sobre el futuro próximo de Washington. Las elecciones de medio término produjeron un resultado ‘decepcionante’, en sus propias palabras. Varios de sus candidatos fueron derrotados a pesar de salir como favoritos, y varios sectores del Partido Republicano le culpan del reflujo de una ‘marea roja’ que nunca llegó y que permitió la continuidad en el control del Senado por parte del Partido Demócrata.
Independientemente de la valoración interna de la política estadounidense, esta nueva situación, tanto su precandidatura como la pantanosa arena donde tendrá que moverse después de los resultados, va a tener unos efectos en la política latinoamericana en la que Trump tuvo, durante sus cuatros años de gestión, una agenda belicosa.
Su apoyo al ahora presidente saliente de Brasil, Jair Bolsonaro, la ‘invención’ del interinato de Juan Guaidó en Venezuela, el muro con México, la creación del Grupo de Lima o la vuelta de sanciones contra Cuba que habían sido desmontadas. En todas estas iniciativas, los funcionarios estadounidenses, convertidos entonces en trumpistas, fueron impulsores claves con discursos que agrietaron aún mas las relaciones con América Latina.
«El auge del trumpismo ha dividido a la derecha latinoamericana entre una tradicional, relacionada a partidos clásicos y en su momento favorables a una transición democrática, y otra populista, que flexiona los límites de la democracia formal».
Las giras de sus secretarios de Estado, Rex Tillerson y Mike Pompeo, trataron de infligir miedo en el liderazgo regional en momentos en los que se preparaba abiertamente una intervención sobre Venezuela. Todo lo que fue el Grupo de Lima, la acciones para calentar la frontera colombo-venezolana, el desconocimiento al Gobierno venezolano, todo ello tenía la luz verde pública de la Casa Blanca.
Pero, además, desde allí salían directrices ideológicas en temas tan importantes para la región como el Amazonas, la confrontación a la migración, un nuevo macartismo en plena judicialización de líderes de izquierda, la negación al coronavirus… en fin, un repertorio de temas cuyo enfoque era radicalmente derechista.
Cómo los sectores de derecha van a interpretar está nueva situación
La derecha se viene radicalizando en varios países de América Latina y, tal como Trump lo instigó, ha venido impulsando una agenda radical y post-democrática.
El caso del presidente Jair Bolsonaro es el mejor ejemplo de la impronta trumpista en la región, pero no la única. Su modelo populista y radical de derecha lo hemos visto en liderazgos emergentes como el de Rodolfo Hernández en Colombia, José Antonio Kast en Chile, el negacionismo de Patricia Bullrich en Argentina, y en el lenguaje alzado y macartista del liderazgo conservador en toda la región.
Pero el auge del trumpismo ha dividido a la derecha latinoamericana entre una derecha liberal, más bien tradicional relacionada a partidos clásicos y en su momento favorables a una transición democrática, y otra derecha propiamente populista, que flexiona los límites de la democracia formal y que, como ha hecho Trump en variados momentos según su conveniencia, pone en entredicho a las instituciones liberales como partidos, Congreso o sistema electoral.
Así, nuevamente en Brasil, como ejemplo paradigmático de este auge del trumpismo, cierta derecha moderada ha preferido aliarse a sectores de izquierda con tal de impedir que la derecha radical de Bolsonaro llegue a la silla presidencial.
Para la derecha liberal, el surgimiento del gobernador de Florida, Ron DeSantis, como aspirante republicano, genera la esperanza de que «otra derecha es posible».
La derecha radical, aunque ha avanzado, no logra siempre convencer a los factores políticos conservadores, a quienes en ocasiones vemos deslizándose hacia el centro político. La debilidad actual de Trump puede impedir los desbocamientos a los que nos acostumbró la derecha populista, que ahora se queda sin la certeza del regreso del trumpismo.
Pero esta nueva encrucijada del expresidente no solo afecta a la derecha.
La izquierda respira
Para los gobiernos actuales latinoamericanos, en su mayoría progresistas, la derrota de Trump en las elecciones de medio término representa un verdadero alivio.
Un Trump engrandecido, en medio de una marea roja, ha podido convertirse en un agente de obstaculización a cualquier intento de avanzar en varios puntos de la agenda latinoamericana. Trump podría haber iniciado, desde ya, una campaña agresiva en la que volvería a traer algunos enfoques de su típico discurso.
«Todas las proclamas del repertorio trumpista podrían convertirse nuevamente en misiles que su discurso dispara para generar pánico y confusión en América Latina».
Enemigo de los migrantes irregulares, confrontador contra México, interventor con Venezuela o negacionista del coronavirus y el calentamiento global (con todo lo que eso conlleva hacia el tema del Amazonas), todas las proclamas del repertorio trumpista podrían convertirse nuevamente en misiles que su discurso dispara para generar pánico y confusión en América Latina, debido al enfoque extremo que está asumiendo un país tan importante y poderoso como EE.UU. para la región y el mundo.
Trump todavía es un aspirante con muchas posibilidades de ganar nuevamente la Casa Blanca, pero ya no es éste el escenario más probable, tal como se estimaba días antes de las elecciones de medio término, en los que las encuestadoras avizoraban una marea roja.
Este debilitamiento del trumpismo permite a sus adversarios izquierdistas de la región avanzar en su propia agenda, especialmente mientras los demócratas en el gobierno tratan de restablecer, con otros modos ‘postrumpistas’ y mayor mano izquierda, las relaciones con una América Latina que va dejando de ser ‘patio trasero’.