Por Bruno Cortés
El nacimiento de una alternativa en tiempos de hegemonía
En un México dominado por el poder absoluto del Estado, con una presidencia omnipresente y una oposición casi inexistente, surgió en 1939 un proyecto audaz: el Partido Acción Nacional (PAN). Su origen no fue una ocurrencia electoral ni una reacción visceral; fue una respuesta profundamente meditada al autoritarismo político, al control ideológico y al creciente estatismo del régimen posrevolucionario. Con Manuel Gómez Morin como figura clave, el PAN se propuso —desde sus cimientos— ser una fuerza de oposición ética, legal y democrática.
Una voz disonante en un coro uniforme
La fundación del PAN ocurrió en pleno auge del cardenismo, cuando el gobierno expropiaba industrias, repartía tierras y dirigía una educación teñida de marxismo. Frente a esa marea estatista, sectores empresariales, profesionales, universitarios y religiosos comenzaron a organizarse. El PAN se presentó como una plataforma para quienes defendían la libertad individual, la propiedad privada y el pluralismo ideológico, elementos casi subversivos en ese momento.
Una trinchera de ideas, no de caudillos
Gómez Morin, exrector de la UNAM y uno de los llamados “Siete Sabios”, imaginó un partido sin clientelas ni caciques. El PAN sería un espacio para la formación cívica, el debate y la propuesta. Lejos de los caudillos revolucionarios, propuso liderazgos con formación, principios y compromiso ético. En sus palabras, el partido debía ser “una escuela de ciudadanía, no una agencia de colocaciones”.
Ni clerical ni confesional, pero sí con principios
Aunque el PAN fue fundado por católicos y adoptó buena parte de la Doctrina Social Cristiana, nunca fue un partido confesional. Defendía la libertad religiosa, pero también la separación Iglesia-Estado. Su base ideológica combinaba el humanismo, la economía social de mercado y el respeto al Estado de derecho. Era una alternativa al dogmatismo socialista, sin caer en el liberalismo económico sin freno.
La lucha por el voto en un sistema cerrado
Durante décadas, el PAN participó en elecciones sin ganar prácticamente nada. Pero su papel no era menor: denunciaba fraudes, vigilaba comicios y presionaba por reformas electorales. Su presencia obligó al sistema a abrirse poco a poco. A través de su resistencia cívica, el PAN mantuvo viva la idea de que otra política era posible.
Una militancia austera pero firme
Los primeros panistas no tenían dinero ni cargos, pero sí convicciones. Hacían campañas a pie, organizaban círculos de estudio, repartían volantes. En un país donde el PRI ofrecía obras, empleos y favores a cambio de lealtad, ellos ofrecían principios. Era una militancia voluntaria, modesta y sin recompensas inmediatas, impulsada por una visión de país y no por intereses personales.
Germen de la alternancia democrática
Aunque pasarían más de 60 años hasta que el PAN ganara la Presidencia (con Vicente Fox en 2000), su influencia fue mucho más temprana: promovió la apertura política, formó cuadros ciudadanos, denunció excesos del poder y empujó reformas clave. En los hechos, sembró la semilla de la democracia moderna en México, mucho antes de tener acceso real al poder.
Un legado que trasciende ideologías
Hoy, en un México con partidos desacreditados y una ciudadanía más crítica, vale la pena recordar el origen del PAN no por nostalgia, sino por perspectiva. Su nacimiento fue una apuesta por la legalidad, el civismo y la pluralidad en un tiempo donde no había espacio para disentir. Ese legado —más allá de siglas— sigue siendo una brújula ética para cualquier fuerza que aspire a gobernar con responsabilidad y congruencia.