Desde que se viralizó en redes sociales por su capacidad para suprimir el apetito y reducir peso, el medicamento Ozempic —nombre comercial de la semaglutida— ha pasado de ser un tratamiento para la diabetes tipo 2 a una especie de “solución mágica” contra la obesidad. Pero detrás del fenómeno hay advertencias médicas, efectos colaterales y una verdad incómoda: bajar de peso de forma saludable sigue requiriendo más que una inyección.
La semaglutida actúa sobre el sistema hormonal, estimulando la producción de insulina y reduciendo los niveles de glucosa, pero también ralentiza la digestión y disminuye el hambre. Estos efectos hicieron que el fármaco se disparara en popularidad como tratamiento para adelgazar, generando incluso desabasto y poniendo en riesgo el acceso para los pacientes diabéticos que realmente lo necesitan.
Ante la demanda, han circulado versiones falsificadas del medicamento, y autoridades como la FDA y la COFEPRIS han lanzado alertas sanitarias. No se trata solo de una cuestión de oferta: los especialistas advierten que, usada sin supervisión médica y sin cambios en el estilo de vida, la semaglutida puede ser contraproducente.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) es clara: ninguna medicina sustituye la necesidad de actividad física regular y una alimentación equilibrada. Recomienda entre 150 y 300 minutos de ejercicio moderado semanal para adultos, y al menos 60 minutos diarios para niños y adolescentes. Esta actividad no solo ayuda a controlar el peso, sino que también reduce riesgos de enfermedades cardiovasculares, cáncer, diabetes tipo 2 y mejora la salud mental.
Otro aspecto preocupante del uso sin acompañamiento profesional de medicamentos como Ozempic es que casi un tercio del peso perdido corresponde a masa muscular, no solo grasa. Esto puede debilitar el cuerpo, afectar el metabolismo y, a largo plazo, provocar un “efecto rebote” aún más agresivo si se abandona el tratamiento sin haber adquirido hábitos saludables.
La obesidad es una condición compleja, con causas biológicas, psicológicas y sociales. Por eso, su tratamiento requiere un enfoque multidisciplinario: médicos, nutriólogos, psicólogos y entrenadores físicos deben trabajar en conjunto con el paciente.
En palabras simples: Ozempic no es una cura milagrosa, y usarlo como tal puede terminar haciendo más daño que bien. La verdadera solución sigue siendo menos glamorosa pero más efectiva: moverse más, comer mejor y tener apoyo médico constante.