Niñas, niños y carcajadas sinfónicas: el Congreso también sabe jugar

Por Bruno Cortés

 

Aunque a veces cuesta imaginarlo, la Cámara de Diputados no siempre es sinónimo de gritos, votaciones divididas y discusiones maratónicas sobre presupuestos. Hay días en que, literal, se escucha otra música, y las butacas del recinto se llenan no de corbatas y trajes, sino de risas infantiles, aplausos chiquitos y mucho color.

Así pasó con la función “Trupeteando con los clásicos”, un espectáculo teatral que no sólo celebró el Día del Niño y de la Niña, sino que dejó claro que la cultura también tiene un espacio en San Lázaro, y puede ser parte de las políticas públicas si se toma en serio. Y en este caso, se tomó en serio el juego.

El espectáculo, que mezcla música clásica con payasos, fue presentado por la legendaria compañía La Trouppe, que está cumpliendo 45 años de llevar teatro y humor a niños y niñas por todo México. Con la obra, rendieron homenaje a grandes compositores como Rossini, Verdi y Kachaturián, pero sin hacer que parezca tarea de secundaria. Todo se contó con humor, color y ritmo, porque —como dicen ellos mismos— trupetear es una actitud ante la vida, una forma de imaginar lo imposible y, sobre todo, de divertirse.

Este evento cultural fue posible gracias al impulso del diputado Ricardo Monreal Ávila, presidente de la Junta de Coordinación Política (la famosa Jucopo), en coordinación con la Secretaría General y la Secretaría de Servicios Administrativos y Financieros de la Cámara. Y aunque suene burocrático, en realidad lo que hicieron fue abrir las puertas del Congreso para que los niños vivieran el arte y la música como una experiencia cercana y divertida.

Y es que, en medio de tantas malas noticias sobre el futuro de las infancias —desde salud, hasta educación o inseguridad— es reconfortante ver una iniciativa que apuesta por el arte como herramienta formativa. No se trata sólo de entretener, sino de acercar a los niños a la música clásica de una forma accesible, amigable y creativa, sembrando esa semilla que algún día puede crecer en amor por el arte o incluso en una vocación artística.

Más allá del espectáculo en sí, este tipo de actividades reflejan un mensaje más grande: la cultura también es política pública. No todo se mide en puntos del PIB o en encuestas de aprobación, también importa si un niño ríe, si se asombra al escuchar una sinfonía, o si por primera vez pisa un recinto como el Congreso y lo asocia con algo positivo. Eso también es construir ciudadanía.

Y si alguien se pregunta por qué es relevante que el Congreso haga esto, la respuesta es simple: porque una política pública que incluye la cultura es una política que apuesta por el desarrollo humano completo. No sólo se trata de repartir tablets o aumentar horas de clase, sino de abrir espacios que alimenten la imaginación, el pensamiento crítico y la empatía. Y sí, también el sentido del humor.

Al final, “Trupeteando con los clásicos” fue mucho más que una función teatral: fue un recordatorio de que la cultura puede, y debe, ser parte del tejido que une a las instituciones con la gente. Incluso si esa gente mide menos de un metro y se ríe a carcajadas cuando un payaso tropieza con una batuta.

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