Por Bruno Cortés
En los pasillos del poder en Washington, el eco de los pasos de Marco Rubio resuena con un propósito claro: fortalecer las relaciones internacionales desde una perspectiva conservadora y agresiva. Rubio, hijo de inmigrantes cubanos y ahora al timón de la diplomacia estadounidense, no es ajeno a las controversias, especialmente cuando se trata de América Latina. Su historial como senador ha sido marcado por declaraciones fuertes contra lo que él considera gobiernos izquierdistas, y México no ha sido la excepción.
Durante la presidencia de López Obrador, Rubio ha sido un crítico vocal, acusando al mandatario mexicano de tener lazos con el crimen organizado y de ser demasiado permisivo con los cárteles de la droga. Estas acusaciones, que han resonado en medios como El Financiero y en posts de X, sugieren que Rubio podría buscar una política de mano dura contra el narcotráfico, posiblemente promoviendo una mayor intervención de agencias estadounidenses en territorio mexicano, algo que podría hacer eco de las políticas de la era Trump.
En cuanto a la migración, Rubio ha abogado en el pasado por una seguridad fronteriza más estricta, un tema que podría escalar de nuevo en la agenda bilateral. Bajo su supervisión, es probable que veamos un aumento en las deportaciones y una presión para que México refuerce sus controles migratorios hacia el norte. Esta perspectiva se ve reforzada por las declaraciones de Rubio en entrevistas pasadas, donde ha expresado su descontento con las políticas migratorias de López Obrador.
El comercio, otro pilar fundamental en las relaciones entre México y Estados Unidos, también podría sufrir cambios bajo la mirada de Rubio. Con su conocido escepticismo hacia el libre comercio, especialmente cuando se trata de acuerdos que podrían beneficiar a países como China a través de México, Rubio podría buscar renegociar o ajustar el TMEC (Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá) para asegurar que los beneficios económicos no se desvíen hacia potencias extranjeras.
La diplomacia de Rubio, sin embargo, no se trata solo de confrontación. Con su herencia latina, Rubio tiene la oportunidad de tender puentes culturales y políticos que otros secretarios de Estado no podrían igualar. Su fluidez en español y su comprensión de la cultura latinoamericana podrían servir como herramientas para una diplomacia más empática, aunque su historial sugiere que esta empatía podría estar sujeta a sus fuertes convicciones ideológicas.
Analistas como Christopher Sabatini de Chatham House han indicado que la elección de Rubio podría forzar a los gobiernos de América Latina a ser más cooperativos con Estados Unidos, especialmente en temas de seguridad y migración. Rubio, con su mirada fija en México, podría cambiar el estatus quo de una relación que ha sido a menudo descrita como de «buenos vecinos» a una más vigilada y estratégica.
El panorama para México bajo la administración de Rubio se perfila como uno de desafíos y ajustes. La nueva administración en Washington, con Rubio a la cabeza de la diplomacia, podría empujarnos hacia una era de mayor escrutinio y negociación, donde cada paso en la relación bilateral será ampliamente discutido y, posiblemente, contendido.
En conclusión, con Marco Rubio en el Departamento de Estado, México debe prepararse para un enfoque más crítico y directo en su relación con su vecino del norte. Los próximos años serán cruciales para ver cómo se desenvuelve esta nueva dinámica, en un mundo donde las palabras de un halcón cubano-americano podrían tener un impacto profundo en la política regional.