Un estudio reciente publicado en la revista científica BMJ Evidence-Based Medicine ha demostrado que llevar un estilo de vida saludable puede compensar significativamente una predisposición genética a una vida más corta. Basado en datos de más de 350,000 personas del Biobanco del Reino Unido a lo largo de 13 años, la investigación revela que, aunque la genética influye en la esperanza de vida, un conjunto de hábitos saludables puede prolongarla de manera considerable, incluso para aquellos con predisposiciones genéticas desfavorables.
La ciencia ya ha establecido que un estilo de vida saludable mejora la calidad de vida, reduce la prevalencia de enfermedades crónicas y disminuye la mortalidad. Sin embargo, este nuevo estudio profundiza en el impacto que estos hábitos pueden tener en personas genéticamente predispuestas a una vida más corta. Según los resultados, las personas con alto riesgo genético de muerte prematura pueden reducir ese riesgo en un 62% si adoptan un estilo de vida saludable, añadiendo aproximadamente 5.22 años a su esperanza de vida al cumplir los 40 años.
Xifeng Wu, profesor del Departamento de Big Data en Ciencias de la Salud de la Facultad de Medicina de la Universidad de Zhejiang en China, destacó la importancia de estos hallazgos, señalando que «es crucial centrarse en desarrollar y mantener hábitos saludables, sin importar lo que dicten nuestros genes».
El estudio evaluó varios factores que contribuyen a un estilo de vida saludable, tales como no fumar, mantener un consumo moderado de alcohol, realizar actividad física regular, mantener un peso corporal saludable, garantizar una duración adecuada del sueño y seguir una dieta balanceada. Los participantes fueron clasificados en tres categorías de estilo de vida: favorable, intermedia y desfavorable. Los resultados mostraron que aquellos con un estilo de vida favorable lograron reducir significativamente el riesgo asociado con una predisposición genética desfavorable.
Almudena Beltrán de Miguel, especialista en medicina interna y miembro de la Unidad de Chequeos de la Clínica Universidad de Navarra, añadió que «aunque la genética tiene un papel independiente sobre la esperanza de vida, no es un destino inmutable». Este estudio ofrece a los profesionales de la salud una herramienta valiosa para motivar a los pacientes a tomar el control de su propia salud a través de hábitos saludables.
El estudio identifica una combinación óptima de hábitos saludables que ofrecen los mayores beneficios: no fumar, realizar actividad física regular, mantener una duración adecuada del sueño y seguir una dieta saludable. Estas prácticas no solo ayudan a prolongar la vida, sino que también mejoran la calidad de vida al prevenir enfermedades crónicas como la diabetes tipo 2, las enfermedades cardiovasculares y algunos tipos de cáncer.
Ángel Gil de Miguel, profesor de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, subraya la importancia de la educación temprana en salud. “Hay que empezar desde la escuela a crear esos hábitos”, afirmó, destacando que los buenos hábitos adquiridos en la niñez pueden tener un impacto duradero en la vida adulta.
El estudio sugiere que las políticas de salud pública deberían centrarse en la promoción de estilos de vida saludables, la educación sanitaria, y la provisión de controles médicos preventivos, especialmente para aquellos con alto riesgo genético. Este enfoque no solo podría mejorar la esperanza de vida de la población, sino también reducir la carga de enfermedades crónicas en los sistemas de salud.
En resumen, este macroestudio refuerza la idea de que nunca es demasiado tarde para adoptar hábitos saludables. Ya sea por motivos genéticos o ambientales, la elección de un estilo de vida saludable puede marcar la diferencia entre una vida más corta y una más larga y plena.