Los zapatos del silencio: cuando Fernández Noroña se tropieza con la memoria

Por Bruno Cortés

 

Lo dijo sin parpadear y con ese tono de certeza que solo pueden tener los que no están acostumbrados a que les contradigan: “Estos no son zapatos de desaparecidos”. Así comenzó la más reciente danza de dislates de Gerardo Fernández Noroña, presidente del Senado, durante su visita al CIDE el pasado 31 de marzo.

Fue una frase breve, pero suficiente para incendiar una sala, herir memorias vivas y colapsar el diálogo con una generación que ya no se traga el cuento del mesías de la izquierda. Porque aquí no hablamos de zapatos: hablamos de lo que representan. Y cuando un político desprecia el símbolo, desprecia también el dolor que lo sostiene.

El espectáculo del desdén
A Noroña no lo sorprendió el reclamo. Lo incomodó.
Fue recibido por estudiantes que colocaron pancartas y zapatos como protesta por el caso del rancho Izaguirre, en Teuchitlán, Jalisco, donde fueron encontrados restos y más de 200 pares de zapatos presuntamente vinculados a personas desaparecidas.

¿Qué hizo el presidente del Senado? ¿Mostró apertura? ¿Escuchó? ¿Se solidarizó? Nada de eso.
Optó por negar, minimizar, y finalmente acusar:

Que no hay evidencia de un campo de exterminio.

Que los videos fueron editados.

Que la derecha está detrás de una campaña en su contra.

¡Ajá! Siempre la derecha, esa entidad omnipresente que aparece como el chivo expiatorio favorito cuando las palabras se desbocan. Qué conveniente.

El guion gastado del “soy la víctima”
Después de la frase desafortunada vino el clásico libreto del político bajo ataque:

“Es una campaña canalla.”

“Manipulan mis palabras.”

“Los medios están coludidos.”

¿Y las madres buscadoras?
Silencio.
¿Y los familiares de los más de 100 mil desaparecidos en el país?
Otra vez, silencio.
Pero qué eficiencia para hablar de sí mismo como víctima de un complot mediático.

Noroña no solo minimiza el hallazgo en Teuchitlán; lo ridiculiza. Y en lugar de asumir el error o reconocer que sus palabras fueron insensibles, se atrinchera en su narrativa heroica de “perseguido de la verdad”, como si fuera un revolucionario de café más que un servidor público con sueldo del erario y responsabilidad frente al dolor nacional.

Zapatos que no olvidan
Decir que “esos no son zapatos de desaparecidos” no solo es una falta de respeto. Es un intento deliberado de deslegitimar la memoria, de cuestionar el grito desesperado de las madres que buscan entre fosas y escombros.
Porque esos zapatos no fueron colocados como decoración. Fueron puestos ahí como testimonio. Y uno no pisa los testimonios: los honra.

La actitud de Noroña representa a un tipo de político que prefiere defender su ego antes que enfrentar la realidad, uno que se atraganta con su propio discurso de izquierda mientras ignora que ser de izquierda no es gritar más fuerte, sino escuchar con más humildad.

Arquetipo del macho ileso
Noroña es el arquetipo del líder de verbo fácil y piel gruesa, el que presume de ser “de lucha” pero no acepta una crítica sin explotar.
Compararse con Murillo Karam, como lo hizo cuando un estudiante lo enfrentó, no fue un desliz: fue una confesión inconsciente. Ambos tienen algo en común: el desprecio por la memoria incómoda.

Que Noroña haya terminado su conferencia abruptamente y llamado mentirosos a los estudiantes es muestra de que la distancia entre el Senado y la sociedad civil no se mide en metros, sino en arrogancia.

¿Y ahora qué?
Decir que no hay evidencia de un campo de exterminio en Teuchitlán no lo exime de la responsabilidad moral de atender el tema con respeto.
No se necesita una sentencia judicial para mostrar empatía.
No hace falta una carpeta de investigación completa para guardar silencio respetuoso ante el horror.

Noroña no está solo en esta actitud. Forma parte de una clase política que ya se cansó del dolor ajeno. Que se aburre del luto. Que se fastidia de las fosas, de las madres, de las cifras. Pero México no se puede permitir ese lujo.

Un cierre sin punto final
La memoria es terca.
Los zapatos seguirán apareciendo.
Y si los poderosos no quieren verlos, serán colocados una y otra vez frente a sus templos de soberbia, hasta que el eco de los ausentes retumbe tan fuerte que ya no haya conferencia ni excusa que lo silencie.

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