Por Ander Masó
En el umbral donde el desierto se funde con el azul del Mar de Cortés, Loreto emerge como un tesoro escondido de Baja California Sur. Fundada en 1697 por misioneros jesuitas, esta joya colonial no solo guarda secretos de la evangelización española, sino que es la puerta a paraísos naturales donde ballenas, cactus gigantes y aguas turquesas escriben una épica de biodiversidad. Aquí, cada piedra y ola cuenta una historia de resistencia y belleza.
Raíces que sostienen el presente
Loreto no es solo un destino: es el corazón histórico de la península. La Misión de Nuestra Señora de Loreto, la primera de las Californias, se alza como testigo de un pasado donde jesuitas como Juan María de Salvatierra sembraron semillas culturales en tierra árida. Sus muros de piedra, hoy custodiados por palmeras, murmuran relatos de encuentros entre colonizadores y pericúes, los antiguos habitantes de estas tierras.
Un abrazo entre mar y desierto
El paisaje loretense es una paradoja viva: al oeste, la Sierra de la Giganta despliega sus pliegues rocosos salpicados de cactus cardón; al este, el Mar de Cortés —llamado «el acuario del mundo» por Cousteau— brilla con tonalidades que van del zafiro al esmeralda. Este contraste no solo hipnotiza, sino que crea ecosistemas únicos, como los arrecifes de Cabo Pulmo, donde tortugas y tiburones ballena danzan en aguas cristalinas.
Aventuras bajo el sol de Baja
Para los viajeros, Loreto es un lienzo de experiencias. Desde kayak entre manglares en la Bahía de Loreto hasta avistamiento de ballenas grises (diciembre a abril), el destino ofrece safari naturalistas sin igual. Los senderistas desafían el Cañón de Tabor, mientras los buceadores descubren jardines submarinos en islas vírgenes como Coronado o Danzante.
Sabores que narran tradición
La gastronomía local es un diálogo entre mar y tierra. En el mercado municipal, se prueban chocolatas (almejas gigantes) recién pescadas, tacos de marlín ahumado y dátiles de palma datilera, herencia de antiguos oasis. Restaurantes como El Rey del Taco fusionan recetas ancestrales con técnicas modernas, siempre acompañadas por vinos de la cercana Valle de Guadalupe.
El legado de las misiones vivas
Más allá de su misión matriz, Loreto es el punto de partida de la Ruta de las Misiones Jesuíticas, un circuito que conecta sitios como San Javier y Comondú. Estas construcciones, hoy semiabandonadas, revelan frescos descoloridos y campanas silenciosas, pero su espíritu perdura en festividades como la Fiesta de la Virgen de Loreto (8 de septiembre), donde danzas y cantos llenan las calles.
Santuario de biodiversidad
El Parque Nacional Marino Bahía de Loreto, patrimonio de la UNESCO, protege 2,065 km² de vida. Aquí, delfines nariz de botella surcan olas junto a veleros, mientras en tierra, el borrego cimarrón escala cerros con elegancia. Para científicos y viajeros, este parque es un laboratorio de evolución: 900 especies de peces y 32 de mamíferos marinos lo confirman.
El futuro entre tradiciones
Aunque el turismo crece, Loreto resiste al all inclusive. Proyectos como Villa del Palmar priorizan la sostenibilidad, usando energía solar y respetando acuíferos. La comunidad local, orgullosa de su identidad, guía tours de observación de aves (como el águila pescadora) o talleres de arte en concha nácar, una práctica pericú recuperada.
Un llamado al viajero consciente
Visitar Loreto no es solo tomar fotos: es escuchar el susurro del viento entre cardones, seguir las huellas de los misioneros y sumergirse en un mar que aún guarda secretos. En un mundo de destinos masificados, este rincón de Baja California Sur ofrece lo más valioso: la posibilidad de ser, por un momento, parte de su eterna leyenda.