La historia de Sacco y Vanzetti comienza en un día de primavera de 1920, en South Braintree, Massachusetts. Un furgón blindado fue asaltado, resultando en la muerte de dos hombres. La policía, presionada por la opinión pública y el clima político, no tardó en apuntar a dos italianos anarquistas: Nicola Sacco, un zapatero, y Bartolomeo Vanzetti, un vendedor de pescado. Ambos eran conocidos por sus ideas radicales y su participación en movimientos obreros, lo que les convirtió en sospechosos inmediatos en una época de caza de rojos.
El juicio, iniciado en 1921, fue un espectáculo mediático. Desde el principio, el proceso estuvo teñido de prejuicios. Los abogados defensores lucharon contra un sistema judicial que parecía haber decidido la culpabilidad de sus clientes antes incluso de que comenzara el juicio. Los fiscales presentaron evidencia balística cuestionable y testigos poco fiables, mientras que la defensa argumentaba que la verdadera acusación era la ideología política de Sacco y Vanzetti, no el crimen en sí.
La atmósfera en la sala del tribunal era eléctrica; cada día traía multitudes, periodistas de todo el mundo, y una tensión palpable. Testimonios, pruebas y alegatos se sucedieron, pero la duda razonable se mantuvo en el aire. La comunidad italiana y los simpatizantes del movimiento obrero organizaron marchas y protestas, clamando por justicia. Sin embargo, el veredicto fue implacable: culpables. La sentencia de muerte fue dictada, dejando a muchos con una sensación de injusticia irrevocable.
Los años que siguieron al veredicto fueron de intensa agitación. La campaña por la clemencia de Sacco y Vanzetti se convirtió en un fenómeno global, con intelectuales como Albert Einstein y H.G. Wells abogando por ellos. Sin embargo, el gobernador de Massachusetts, Alvan T. Fuller, tras una revisión superficial del caso, confirmó la sentencia. La ejecución por silla eléctrica en agosto de 1927 fue un hito que marcó a generaciones.
En las calles de Boston, el clima era de duelo y rabia. Los últimos días de Sacco y Vanzetti se llenaron de testimonios de su dignidad y resistencia. Sus últimas palabras, cargadas de esperanza y desafío, resonaron más allá de la prisión de Charlestown. «Si es por esto que hemos de morir, que así sea», dijo Vanzetti, encapsulando la lucha de muchos contra la opresión.
Años después, en 1977, el gobernador Michael Dukakis emitió una declaración que, sin declararlos inocentes, reconocía las fallas del proceso judicial y la injusticia sufrida. Este gesto fue un reconocimiento tardío de un error que había dividido a una nación y unido a muchos en la lucha por la justicia social.
La historia de Sacco y Vanzetti no es solo la de dos hombres condenados, sino un capítulo oscuro y revelador en la historia estadounidense sobre cómo el miedo, la intolerancia y el sesgo pueden influir en la justicia. Su legado perdura como un recordatorio de la necesidad de vigilancia constante sobre los sistemas de justicia, para asegurar que la verdad y la humanidad prevalezcan sobre los prejuicios.