Con la llegada del Día de Muertos, las ofrendas empiezan a tomar forma en los hogares mexicanos, llenas de elementos que nos conectan con nuestros antepasados. Entre las piezas esenciales, encontramos las tradicionales calaveras, que usualmente son de azúcar o chocolate. Sin embargo, existe una opción que no solo rescata la tradición, sino que conecta directamente con las raíces prehispánicas de México: las calaveras de amaranto.
El amaranto, conocido como huauhtli por los mexicas, fue uno de los alimentos más importantes en la dieta de Mesoamérica, pero también tenía un papel ritual clave. Durante las festividades del Panquetzaliztli, dedicadas a Huitzilopochtli, dios de la guerra y el sol, se realizaban representaciones comestibles de deidades utilizando una pasta hecha con amaranto y miel de agave, llamada tzoalli.
La tradición de las calaveras de amaranto se remonta a tiempos prehispánicos, cuando los mexicas moldeaban figuras de sus dioses con esta semilla, como una ofrenda durante las ceremonias religiosas. En especial, la fiesta de Panquetzaliztli, en honor a Huitzilopochtli, destacaba por la creación de una gran imagen del dios, elaborada por las pilhuan Huitzilopochtli, mujeres servidoras del templo.
Fray Diego de Durán, un cronista de la época, relata cómo se molían grandes cantidades de amaranto y maíz tostado, mezclándolos con miel de agave para crear la figura del dios. Esta mezcla no solo era un símbolo religioso, sino que también tenía un fuerte significado social y cultural, ya que el amaranto representaba la fuerza vital de los pueblos.
Con la llegada de los españoles, muchas prácticas indígenas fueron prohibidas y satanizadas, incluyendo el uso ritual del amaranto. Se le rebautizó como «bledo» y su cultivo fue desalentado, casi llevándolo a la extinción. Sin embargo, la semilla sobrevivió y, con el tiempo, se transformó en un ingrediente básico para los dulces de alegría, que siguen vigentes en varias regiones de México.
A pesar de que las calaveras de azúcar se convirtieron en el estándar para el Día de Muertos, las calaveras de amaranto han perdurado en ciertas zonas del país, especialmente en regiones productoras como el sur de la Ciudad de México, Puebla y Tlaxcala. Aquí, el amaranto sigue siendo un alimento tradicional, presente en la dieta diaria y en las festividades.
Colocar una calavera de amaranto en la ofrenda de Día de Muertos no solo es un gesto simbólico, sino también un homenaje a la rica historia prehispánica que ha resistido el paso del tiempo. Estas calaveras se pueden encontrar decoradas con elementos como piloncillo, miel o azúcar, y se adornan con lunetas de chocolate para los ojos, en un sincretismo entre lo moderno y lo ancestral.
Recuperar esta tradición nos recuerda que la gastronomía y las creencias prehispánicas estaban profundamente interconectadas, y al incluir una calavera de amaranto en nuestra ofrenda, no solo honramos a nuestros difuntos, sino también a las raíces más profundas de nuestra cultura. En un país donde la vida y la muerte se entrelazan de manera natural, las calaveras de amaranto simbolizan este ciclo eterno.