El consumo de pornografía entre menores de edad está emergiendo como un serio problema de salud mental, con consecuencias que van más allá de la simple exposición a contenidos explícitos. Según el decálogo sobre el impacto de la pornografía en menores, publicado por el Colegio Oficial de Psicología de Madrid y la Agencia Española de Protección de Datos, este hábito puede desencadenar una serie de conductas violentas y riesgosas que afectan tanto el desarrollo personal como académico de los adolescentes.
Entre las principales repercusiones se encuentra el aumento de abusos físicos y verbales en las relaciones de pareja. La exposición a contenidos pornográficos puede normalizar actitudes sexistas y violentas, fomentando una percepción distorsionada de la sexualidad y las relaciones humanas. Además, se observa un mayor uso irresponsable del preservativo, lo que incrementa el riesgo de enfermedades de transmisión sexual y embarazos no deseados.
Otro aspecto preocupante es la tendencia de los jóvenes a buscar relaciones sexuales bajo la influencia de sustancias, así como el aumento en el consumo de prostitución. Estas conductas no solo ponen en riesgo la salud física de los menores, sino que también tienen un impacto negativo en su bienestar emocional y social.
El consumo de pornografía también está relacionado con problemas en el rendimiento académico. Los adolescentes que frecuentan estos contenidos suelen experimentar dificultades en la atención, la memoria procedimental y la capacidad de organización y planificación. Además, el aislamiento social y la soledad son comunes, ya que el uso excesivo de pornografía puede llevar a una disminución en las actividades sociales y a una menor interacción con sus pares.
Desde una perspectiva neurobiológica, el uso frecuente de pornografía puede causar deterioro en áreas clave del cerebro, como la corteza prefrontal y el sistema de recompensa. Esto afecta el control de los impulsos y la toma de decisiones, incrementando la propensión a comportamientos adictivos. El decálogo advierte que lo que comienza como un uso esporádico puede convertirse en una adicción, caracterizada por una necesidad compulsiva de consumir contenido pornográfico, afectando diversas áreas de la vida del joven.
Además, el impacto en la autoestima sexual es significativo. La pornografía puede llevar a una sexualidad menos íntima y más impersonal, afectando la capacidad de los adolescentes para establecer relaciones afectivas saludables y placenteras en la adultez. Este deterioro en la percepción de la sexualidad contribuye a una menor satisfacción sexual y a problemas en la excitación, el deseo y el orgasmo.
Finalmente, el decálogo subraya que la pornografía no solo afecta a los menores en términos de comportamiento y salud mental, sino que también representa una amenaza para su privacidad. Los datos personales recopilados a través del consumo de estos contenidos tienen un valor significativo para quienes buscan localizar, manipular y adictar a los jóvenes, exacerbando aún más los riesgos asociados.
Frente a esta realidad, es crucial que padres, educadores y autoridades tomen medidas preventivas y educativas para mitigar el impacto de la pornografía en los menores. Promover una educación sexual integral y fomentar un ambiente de diálogo abierto puede ser fundamental para proteger la salud mental y el bienestar de las nuevas generaciones.