Por Ilian Moñoz
Si algo tiene la Ciudad de México, es su habilidad para celebrar la vida y la muerte como nadie más. Este 2024, el Gran Desfile de Día de Muertos nos regaló una experiencia memorable que envolvió cada rincón del centro en un despliegue de color, tradición y alegría que quedará grabado en la memoria de quienes asistieron. Con una asistencia récord de más de un millón de personas, el Paseo de la Reforma y el Zócalo se convirtieron en un festín visual: catrinas y catrines, flores de cempasúchil, máscaras y carros alegóricos bailaron al ritmo de batucadas, música de banda, rock y hasta danzón.
Desde temprano, familias enteras se dieron cita en las calles, algunas desde las 9:00 a.m., muchas con banquitos y sillas plegables para asegurar su lugar. Cada persona, sin importar edad o procedencia, se unió al festejo: niñas y niños con disfraces de catrinas y catrines, jóvenes con máscaras y maquillaje, adultos mayores con atuendos tradicionales, todos listos para rendir homenaje a nuestros seres queridos que ya no están con nosotros, pero que, según la creencia, regresan a visitarnos en esta época del año. Al frente del desfile, la gigantesca marioneta “Iztapaxolotl”, un ajolote de siete metros de altura creado por el taller El Volador, lideró el desfile con su peculiar encanto. Esta figura fue seguida por las impresionantes “Figuras del Mictlán”, esculturas vivientes de barro que simbolizan el viaje de las almas en la cosmogonía mexicana.
La jefa de Gobierno, Clara Brugada, dio inicio al desfile desde la Puerta de los Leones del Bosque de Chapultepec, y no solo inauguró el evento, sino que también destacó la importancia de esta fiesta para nuestra identidad cultural. En sus palabras, «El Día de Muertos es Patrimonio Cultural de la Humanidad; aquí, la muerte es un camino que recorremos cada año, y nuestros muertos regresan a la ciudad y a nuestros hogares.” Un llamado a la celebración y al recuerdo, en donde la tradición es el hilo que nos une al pasado.
El desfile avanzó por más de ocho kilómetros con más de 6,000 participantes entre artesanos, jóvenes de PILARES, UTOPÍAS y otras instituciones. La creatividad y el talento de estos artistas mexicanos brilló en cada carro alegórico, vestuario y comparsa. Desde las esculturas de personajes históricos como Sor Juana Inés de la Cruz, Frida Kahlo y Rosario Castellanos, hasta figuras de dioses prehispánicos, diablitos y mariachis, cada elemento era una postal viva de nuestras raíces.
El ambiente festivo fue completado con el ritmo de la música que acompañó a los contingentes. Carros alegóricos como el del famoso Salón Los Ángeles, con su ritmo de danzón, pusieron a bailar al público en varios momentos. Este año también se incluyeron homenajes a figuras icónicas como Lucha Villa y David Alfaro Siqueiros, y al frente de cada comparsa, niños y jóvenes invitaban al público a unirse a la fiesta.
Cada año, el Gran Desfile de Día de Muertos reafirma el simbolismo de esta celebración. Más que un evento, es una invitación a recordar que, para los mexicanos, la muerte no es un final, sino un reencuentro, un día en el que la tradición y el amor se expresan con flores, luces y música. Aquí, entre catrinas, cempasúchil y alegría, la Ciudad de México da un mensaje al mundo: nuestras tradiciones están vivas y son para todos.
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