Por Bruno Cortés
En el corazón de la Ciudad de México, el Metro Hidalgo no solo es una estación de tránsito; es un punto focal de una subcultura donde la noche trae consigo un cambio de ambiente. A medida que el sol se oculta, los pasillos se llenan de susurros y miradas cómplices, y el último vagón se transforma en lo que muchos conocen como «la cajita feliz», un espacio donde hombres buscan encuentros fugaces. Este fenómeno, conocido como «metrear», ha sido documentado y estudiado, revelando una práctica que, aunque ilegal, es notoria entre ciertos grupos de la comunidad gay que utilizan el metro para ejercer su sexualidad en un entorno público y anónimo.
Las historias que emergen de este vagón son tan variadas como perturbadoras. Desde encuentros efímeros hasta situaciones que rozan lo peligroso, el último vagón ha visto de todo. Se dice que la adrenalina de ser descubierto, sumada a la poca afluencia de personas a altas horas, crea una atmósfera que muchos encuentran excitante. Sin embargo, estos encuentros no están exentos de riesgos, tanto por la posibilidad de ser detectados por la policía como por la presencia de individuos que podrían tener intenciones menos honorables.
La prostitución también ha encontrado su nicho en los rincones y pasillos de la estación Hidalgo. Reportes indican que tanto hombres como mujeres ofrecen servicios sexuales, operando de manera discreta pero conocida. Las autoridades son conscientes de esta actividad, aunque han mostrado una capacidad limitada para erradicarla por completo. Esta red de prostitución no solo es un problema de moralidad sino de seguridad, ya que implica a veces situaciones de explotación y abuso.
El exhibicionismo, aunque menos documentado, forma parte de este tapiz nocturno. Testimonios de usuarios describen situaciones donde individuos buscan ser observados, aprovechando la multitud o la soledad de los vagones para sus actos. Esta exposición pública, aunque rara, agrega otra capa de complejidad a la experiencia del metro nocturno.
A pesar de estas actividades, el Metro Hidalgo y su último vagón también son escenario de anécdotas y leyendas urbanas. Historias de amor, encuentros casuales, e incluso apariciones paranormales se entrelazan con la realidad de este lugar. Algunos usuarios han compartido experiencias de ver a personas que desaparecen misteriosamente o de sentir presencias extrañas, alimentando las leyendas que hacen del metro un lugar de misterio tanto como de movimiento.
El peligro, sin embargo, es una constante. Robos, asaltos y situaciones de acoso son reportados con frecuencia, especialmente en las horas de menor vigilancia. Las historias de usuarios que han sido testigos o víctimas de estos eventos pintan un cuadro de vulnerabilidad en un espacio que debería ser seguro para todos.
Este lado oculto del Metro Hidalgo nos recuerda que en cada ciudad, incluso en los lugares más transitados, existen historias que rara vez ven la luz del día. Desde la celebración de la diversidad sexual hasta los desafíos de seguridad y moralidad, el metro no es solo un medio de transporte, sino un reflejo complejo de la vida urbana en la Ciudad de México.