En una noche épica, que pasará a ser cántico eterno en los cantos de los azulcremas, el Club América logró lo que parecía ser un sueño inalcanzable: el tricampeonato en la Liga MX. Esta final contra Monterrey no solo fue un partido, fue una sinfonía de emociones y una demostración de que la garra, el corazón y el talento pueden hacer historia.
La Batalla de la Ida: El partido de ida en el Estadio Cuauhtémoc de Puebla fue un espectáculo digno de las grandes noches del fútbol mexicano. Las Águilas, con su plumaje desplegado, comenzaron con un susto cuando Lucas Ocampos de Monterrey, un verdadero toro en el campo, tuvo que salir lesionado. Esto parecía un presagio de victoria para América, pero no sin antes sentir el golpe de un golazo de Sergio Canales, un zurdazo que besó la red y puso a los Rayados en ventaja.
Sin embargo, América no es América sin su espíritu indomable. Cuatro minutos después, Kevin Álvarez, con la agilidad de un puma, aprovechó un rebote y emparejó el marcador. Los aficionados azulcremas, con sus gargantas en llamas, no dejaban de cantar. Y justo al inicio del segundo tiempo, Alejandro Zendejas, con la precisión de un arquero, cruzó la pelota y la mandó a guardar, dándole la vuelta al marcador. América se iba con una ventaja que sabía a gloria.
El Remate en la Vuelta: El encuentro de vuelta en el Gigante de Acero, el BBVA de Monterrey, fue la confirmación de un destino escrito. Desde el inicio, América mostró que no estaba ahí solo para jugar, sino para cerrar una era de triunfos. La defensa azulcrema, sólida como un roble, mantuvo a raya a los Rayados, mientras que el ataque, liderado por la magia de Richard Sánchez, dio el golpe definitivo. Su gol, un misil desde fuera del área, fue la estocada final.
El público azulcrema, con lágrimas de alegría, vio cómo su equipo no solo ganaba un partido, sino que se erigía como el primer tricampeón del fútbol mexicano en la era de los torneos cortos. Los jugadores, con el trofeo en alto, demostraron que no solo tienen talento, sino un corazón de campeón.
Las familias de los jugadores del América, con sus sorpresas en el vestidor, demostraron que detrás de cada victoria hay un equipo que es una familia. Y qué decir de los hinchas, que con sus cantos y colores, pintaron la noche de victoria. Este tricampeonato no es solo de los jugadores o del cuerpo técnico, es de todos aquellos que han amado a este club durante años.