Por Bruno Cortés
En la era digital, donde las redes sociales son una extensión del espacio público, la gestión de la comunicación política se convierte en un desafío constante. El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, no ha sido la excepción. Su mandato se ha visto marcado por crisis digitales y controversias en plataformas como YouTube, reflejando un manejo que, a menudo, ha resultado más confrontativo que conciliador.
López Obrador ha enfrentado críticas en redes sociales bajo tendencias como «#NarcoPresidente», revelando momentos de tensión y descontento popular. Sin embargo, su respuesta no ha sido la de un análisis introspectivo o de adaptación estratégica; por el contrario, ha optado por criticar abiertamente a las plataformas, acusándolas de censura, y proponiendo soluciones tan radicales como la creación de una red social propia para México.
Este enfoque ha generado preocupaciones sobre el entendimiento y respeto hacia la libertad de expresión y el papel de las redes sociales en la sociedad moderna. La crítica a YouTube y otras plataformas por eliminar contenido que infringe sus políticas, en lugar de reflexionar sobre la naturaleza del contenido, destaca un choque entre la administración de López Obrador y los principios de moderación de contenido basados en normas comunitarias diseñadas para proteger a los usuarios.
Las estrategias empleadas por el presidente, desde su desafío a las políticas de redes sociales hasta su uso de la polarización como herramienta comunicativa, revelan un enfoque que podría ser visto como divisorio y contrario a los principios de una democracia saludable. A través de sus «mañaneras», López Obrador ha buscado controlar la narrativa, etiquetando a críticos como opositores políticos y minando la confianza en medios independientes y plataformas digitales.
El manejo de estas crisis digitales y la respuesta a la crítica constructiva son cruciales para cualquier figura pública, especialmente para un presidente en ejercicio. En lugar de abrazar la oportunidad para el crecimiento y el diálogo, la administración de López Obrador ha optado por una ruta de confrontación y aislamiento digital, lo cual plantea interrogantes sobre la eficacia de su comunicación en un mundo cada vez más conectado.