En las montañas de Etiopía, hace siglos, un pastor conocido como Kaldi descubrió los efectos energizantes del café al ver cómo sus cabras se volvían más activas después de comer los frutos rojos de un arbusto. Este descubrimiento trascendental viajó a través del tiempo y del mundo, llegando a México en la segunda mitad del siglo XVIII. La llegada del café a México se atribuye a varios episodios históricos, pero uno de los más destacados es su introducción por comerciantes franceses desde la isla de Martinica alrededor de 1740, aunque otras fuentes sugieren que la primera planta llegó desde Cuba en 1795.
Veracruz, con su clima tropical ideal, se convirtió en el primer bastión del café en México. Aquí, en el puerto que fue la puerta de entrada de numerosas mercancías durante la colonia, los primeros cafetos comenzaron a arraigar. Los inmigrantes franceses, que trajeron consigo las semillas de esta exótica planta, encontraron en Veracruz un terreno fértil para su cultivo, iniciando así una tradición que se extendería por todo el país.
Sin embargo, el café no se limitó a Veracruz. Pronto, su cultivo se extendió a otros estados, como Chiapas y Oaxaca, donde las condiciones climáticas y la altitud favorecieron su desarrollo. Chiapas, en particular, se convirtió en un gigante productor de café orgánico, con una reputación internacional que aún perdura. El general Mariano Michelena, después de sus viajes a Oriente Medio, trajo semillas de Moka, Yemen, que sembró en su finca en Michoacán, dando así otro impulso a la expansión del café en México.
La historia del café en México no es solo de prosperidad. Hubo tiempos desafiantes, como la crisis cafetalera de los años 90 y principios del 2000, cuando los precios internacionales del café cayeron drásticamente. Los productores mexicanos, muchos de ellos pequeños agricultores indígenas, tuvieron que adaptarse, buscando certificaciones orgánicas y especiales para sobrevivir en el mercado global.
A pesar de estos retos, el café se ha consolidado como una parte esencial de la identidad mexicana. Desde las tradicionales cafeterías de la Ciudad de México, como el Café Tacuba, hasta las fincas en las montañas de Chiapas, el café se ha convertido en un símbolo de reunión, de conversación y de resistencia cultural. Cada taza de café de olla, con su característico sabor a canela y piloncillo, cuenta una historia de adaptación y sabor.
Hoy, México es uno de los principales productores mundiales de café, siendo el undécimo a nivel global. Esta posición no solo es resultado de la calidad de sus granos, sino también de la dedicación y el amor de sus productores, quienes han mantenido viva una tradición que comenzó con la llegada de unas pocas plantas en el puerto de Veracruz hace más de dos siglos.
El café en México es más que una bebida; es una narrativa de tradición, innovación y resiliencia. Desde su introducción, ha moldeado el paisaje cultural y económico del país, creando una conexión entre el pasado y el presente, entre el campo y la ciudad, entre la historia y el placer cotidiano de disfrutar una taza de café.