Gabriela Guerra Rey
En estos últimos años que la tecnología dispara niveles de inconsciencia y obliga a crear nuevas formas de medir futuros, hemos vivido un boom de historias que hablan de esos mañanas; historias distópicas.
Con todos los problemas que nos acucian hoy es difícil pensar en utopías. Partimos del más elemental, que es la manera en que los seres humanos nos acabamos los recursos no renovables de la Tierra y, segundo, tentáculo del mismo dilema, cómo los utilizamos, convirtiendo el planeta en un vertedero de desechos y contaminantes que acabarán por matarnos.
Adrián Curiel propone, en medio del caos, El camino de Wembra y otras utopías feministas, un libro que te está sorprendiendo de principio a fin. Sé que no me será fácil explicar de cuantas maneras esta obra, compuesta por cinco relatos de mediana extensión −algunos hasta treinta páginas−, te atrapa.
Enumero, solo para ordenar, no porque crea que se puedan establecer niveles de importancia. Este libro es un todo y eso lo hace valioso. La magistralidad con que Curiel construye esos futuros, que ruedan sobre el filo de la palabra utopía y caen en los destinos de cualquier distopía. Al final, parecen la misma cosa, aunque recrean el pasado y el presente pesarosos de la historia de nuestra civilización.
Qué ingenio, qué imaginación fantástica, me decía mientras descubría esos mundos que, por lo general son narrados y explicados un poco antes de entrar en el conflicto que da soporte a cada relato, y que acaban casi todos en pesarosos finales abiertos.
Solo alguien con un conocimiento sobre la historia y nuestra actualidad política, social, educativa, de género…, puede construir imperios, reinados, matriarcados: porvenires donde hasta la heterosexualidad se ha proscrito, no solo el machismo, y donde las amazonas juegan con los hombres como animales de divertimento y goce, en una especie de circo romano en medio de la selva yucateca.
El nivel de detalles de estas ficciones es el de un artesano de las ideas. Las terminologías usadas revelan la burla que cae sobre los absurdos. Los nombres de los lugares o las personas muestran concepciones políticas. Las muchas referencias conforman esta prodigiosa hechura de lugares, leyes y tiempos, atravesados por una visión de mundo, por los puntos de vista del autor, que es donde la barrera entre lo utópico y lo distópico se hace endeble.
He visto aquí El mundo feliz de Huxley, El cuento de la criada de Atwood, muy mejorado, por cierto, en extensión y en concisión. Una gran influencia de Bradbury, el escritor de ciencia ficción que más admiro. Así que el lector avezado tendrá además la promesa de una lectura gozosa en muchos sentidos.
Valga decir que El camino de Wembra… es además un libro de humor inapelable, aunque en términos literarios, la palabra humor cede a la ironía, el sarcasmo, la parodia… Curiel pone en duda todo, pone en juego todo: normas, reglas y comportamientos que, como muestra, podrían convertirse en los detonadores de las nuevas guerras y los venideros apocalipsis.
Los mundos de Adrián Curiel están minados de virus, de estados de excepción, de traiciones y ambiciones, de miedos… Muestra visiones aterradoras sobre los grandes poderes, llámense patriarcado, matriarcado, reinos, monarquías, imperios o regímenes, que de todo encontrará el lector.
¿Intolerancia y crueldad es lo que nos espera cuando hayamos además devastado la naturaleza y extraviado las esencias vitales? Creo que el autor no ha trabajado para sumirnos en el pesimismo, sino para obligarnos a repensar, desde este presente tan parecido a sus futuros, qué diálogos son los relevantes, cuáles las prioridades para que la vida siga teniendo sentido de creación.
Un libro viviente, futuro, de una actualidad apabullante, que propone salidas decorosas, probabilidades… Un libro que tal vez no es solo la mejor obra de Adrián Curiel, sino una de las mejores distopías de las letras contemporáneas.