CDMX a 26 de enero, 2023.- La séptima cumbre de presidentes de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac), celebrada en Argentina esta semana, llega en un momento de auge de las gestiones progresistas en casi toda la región, pero también en medio de un escenario de incertidumbre.
La vuelta de Luiz Inácio Lula da Silva a la presidencia brasileña ha significado un rápido giro que comienza con una propuesta de hondas proporciones: la creación de una moneda común, el Sur, cómo contrapeso al dólar. Dicha propuesta fue adelantada con su par argentino, Alberto Fernández, para dar un impulso previo a la cita cimera y marcar un nuevo tiempo de las relaciones regionales.
El hecho de que sean las grandes economías sureñas las que presenten un proyecto de moneda común implica un impulso en la integración financiera, que podría ser el germen para avanzar en la «real» unión latinoamericana e ir más allá de los de utópicos discursos unionistas.
En su intervención, el presidente colombiano, Gustavo Petro, comenzó diciendo: «Hay una gran distancia entre la retórica de la integración latinoamericana y la realidad. Hablamos mucho de unirnos, pero hacemos poco por hacerlo realmente. De la retórica debemos pasar a la realidad».
Y aunque no hizo énfasis en el Sur, la idea de esta moneda da forma a una Celac mucho más pragmática, que busca resolver asuntos concretos en los que podría lograr avances significativos, aunque tenga que atravesar un camino espinoso y de amenazas.
Una moneda común implicaría dejar de depender del dólar, reducir costos y producir una autonomía monetaria que vaya en relación directa con las decisiones que toman otras grandes economías, como las de Arabia Saudita, India, China y Rusia, que buscan alternativas a la hegemonía estadounidense.
Pensada como una acción paralela a otras de escala mundial, genera mayor factibilidad, incluso a la hora de un hipotético reflujo de las gestiones progresistas. Sin embargo, el panorama a futuro no luce tan promisorio.
Las amenazas acechan
Es obvio que las derechas latinoamericanas acechan para dar al traste con cualquier idea de integración. Basta con recordar que el expresidente Jair Bolsonaro apartó a Brasil de la Celac y que, durante el ciclo de Gobiernos conservadores, la institución quedó en estado catatónico.
La idea de una moneda común da forma a una Celac mucho más pragmática, que busca resolver asuntos concretos en los que podría lograr avances significativos, aunque en un camino espinoso y de amenazas.
Es decir, la gran debilidad de la Celac, así como de la Unión de Naciones del Sur (Unasur), es que no pudieron ‘surfear’ la ola de las derechas –radical y de muy pocos años– que resultó suficiente para aletargar los mecanismos de integración. Durante este lapso, Latinoamérica privilegió el funcionamiento del llamado Grupo de Lima, organizado básicamente para presionar y preparar una intervención a Venezuela.
Por ello, la derecha argentina protestó la invitación del anfitrión al presidente venezolano, Nicolás Maduro, lo que demuestra que las reminiscencias del mencionado grupo quieren articularse de nuevo y volver a la estrategia internacional impulsada por el expresidente estadounidense Donald Trump.
La definitiva ausencia de Maduro es otro indicio del poder de obstaculización que mantienen los sectores conservadores, incluso cuando están fuera de los gobiernos.
¿Quién garantiza la continuidad de la Celac?
Hipotéticamente, si Fernández deja su cargo este mismo año y llegase a ganar la derecha en Argentina, nadie garantiza que la nueva presidencia siga acompañando la propuesta del Sur.
Y no solo en Argentina, en el resto de países tampoco se asegura que pueda mantenerse el impulso progresista y que la Celac pueda seguir avanzando.
Por lo pronto, la ausencia más notoria fue la del presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador.
Aunque López Obrador ha sido proclive a la integración y mandó una salutación en video, su inasistencia abre incógnitas sobre la real fuerza de la Celac. También abre interrogantes respecto a los países que, teóricamente, podrían sumarse al Sur.
Si el pensamiento progresista no aprovecha estos años para sentar bases efectivas, es probable que en los tiempos venideros no vuelva a contar con el mismo escenario de coincidencia de presidentes.
Si el pensamiento progresista no aprovecha estos años para sentar bases efectivas, es probable que en los tiempos venideros no vuelva a contar con el mismo escenario de coincidencia de presidentes.
Los resortes integracionistas del continente soñaban con una cumbre que lograra una foto inédita de todos los presidentes latinoamericanistas, algo que queda en suspenso debido a los vaivenes en las esferas políticas de todos los países.
La otra ausencia sensible, pero no inesperada, fue la del presidente de El Salvador, Nayib Bukele. El mandatario centroamericano tiene varios años en el ojo del huracán debido a sus políticas autónomas: ha retado las líneas de EE.UU. y Occidente, pero no termina de dar un paso coadyuvante con la integración latinoamericana, sino que ha decidido llevar su procesión en solitario. Siendo un personaje carismático, podría darle un nuevo oxígeno a estas reuniones que luchan por su vigencia ante un mundo tan cambiante.
Por el contrario, llama la atención la asistencia y propuesta sobre un Tratado de Libre Comercio regional por parte del presidente derechista de Uruguay, Luis Lacalle Pou: «¿No será momento de sincerar estas relaciones y que desde la Celac se impulse una zona de libre comercio […] desde México hasta el sur de América del Sur?», se cuestionó.
Más allá de propuestas, aún muy abstractas, y los típicos espacios protocolares que se renuevan, todavía no hay certezas sobre cómo la cumbre de esta semana y la propia Celac, reactivada, afectará a las economías y a la cotidianidad de las mayorías latinoamericanas, cuyas vidas han sido arrastradas por el libre mercado cómo única opción.
Alberto Fernández sentenció: «Tenemos que hacer que la integración sea una realidad«. Sin embargo, aun no hay claros indicios que esto pueda lograrse. Los próximos meses serán decisivos.