El viernes pasado, Myanmar fue sacudido por un devastador terremoto de magnitud 7.7, cobrando la vida de al menos 1,644 personas y dejando miles de heridos. Esta catástrofe, una de las peores en la historia reciente del país del sudeste asiático, colapsó edificios, carreteras, aeropuertos y puentes, agravando una crisis humanitaria ya existente debido a la guerra civil que asola el territorio desde el golpe de Estado de 2021.
Mandalay, la segunda ciudad más grande de Myanmar, fue una de las zonas más afectadas. Con recursos limitados y la ausencia de una respuesta inmediata de las autoridades, los propios ciudadanos removían escombros con sus manos para intentar rescatar a sobrevivientes atrapados.
En la vecina Tailandia, el sismo también dejó estragos, derrumbando un rascacielos en construcción en Bangkok, donde se reportan al menos nueve muertos y decenas de personas atrapadas.
Los modelos de predicción del Servicio Geológico de Estados Unidos advierten que el número de víctimas podría superar las 10,000 personas, mientras que las pérdidas económicas podrían ser mayores a la producción anual del país.
Tras días de incertidumbre y bajo la presión de la comunidad internacional, la junta militar de Myanmar, encabezada por Min Aung Hlaing, finalmente permitió la entrada de ayuda humanitaria extranjera.
China envió un equipo de rescatistas y donó 13.77 millones de dólares en suministros de emergencia, mientras que India envió un avión militar con ayuda humanitaria y barcos con 40 toneladas de provisiones. Rusia, Malasia, Singapur y Corea del Sur también se sumaron con asistencia económica y equipos de rescate.
Estados Unidos, a pesar de sus tensiones con el régimen birmano, también anunció el envío de ayuda a través de organizaciones internacionales.
El desastre ha dejado incomunicadas amplias zonas del país. Los aeropuertos internacionales de Naypyitaw y Mandalay permanecen cerrados tras sufrir graves daños estructurales, incluyendo el colapso de la torre de control de Naypyitaw.
Las autoridades locales han informado que más de 2,900 edificios, 30 carreteras y siete puentes han sido destruidos o presentan graves daños, dificultando las labores de rescate y distribución de ayuda.
En Mandalay, los sobrevivientes exigen apoyo urgente. «Hay mucha gente atrapada, pero no llega ayuda porque no hay maquinaria, personal ni vehículos», relató un residente a la prensa internacional.
Mientras tanto, en Bangkok, los esfuerzos de rescate continúan en el edificio colapsado, donde familiares esperan ansiosos noticias de sus seres queridos atrapados entre los escombros.
La situación en Myanmar es crítica. La devastación del terremoto se suma a una crisis política y humanitaria sin precedentes, dejando al país en una posición extremadamente vulnerable ante la falta de infraestructura y respuestas inmediatas del gobierno.