En las calles de Culiacán, el aire se siente denso, cargado de una mezcla de miedo, incertidumbre y una sed de justicia que palpita en el corazón de cada sinaloense. El asesinato de Héctor Melesio Cuén Ojeda, exrector de la Universidad Autónoma de Sinaloa (UAS), no solo ha dejado un vacío en la academia, sino que ha desatado una ola de críticas y sospechas hacia el gobernador Rubén Rocha Moya, quien ha sido señalado por tener vínculos con el narcotráfico, específicamente con el Cártel de Sinaloa, liderado por «El Mayo» Zambada hasta su reciente captura.

Cuén, un hombre de carácter fuerte y voz potente en la política sinaloense, fue encontrado muerto tras un ataque a balazos que, según fuentes, ocurrió en una reunión a la que tanto él como Zambada fueron convocados. La versión oficial de un intento de robo ha sido desmentida por la carta de Zambada, donde se afirma que la muerte de Cuén fue parte de una traición que también lo llevó a su captura. La ciudad, acostumbrada a historias de violencia y poder, ahora se enfrenta a una realidad donde la política se enreda con las balas y las promesas de campaña con las sombras del narco.

Las manifestaciones en Culiacán no han cesado desde entonces. Los universitarios, amigos y simpatizantes de Cuén, junto con aquellos que buscan una Sinaloa libre de corrupción y violencia, han tomado las calles. Con pancartas y gritos de justicia, se ha pedido una investigación clara y sin manipulación de los hechos. La Fiscalía General de la República ha tomado el caso, revelando que la versión de la Fiscalía de Sinaloa sobre el asesinato de Cuén fue un montaje, lo que ha puesto en entredicho la credibilidad de las instituciones locales y ha situado a Rocha Moya en una posición delicada.

El ambiente en la capital sinaloense es de tensión. Los comercios cierran sus puertas más temprano, las miradas son cautelosas y las conversaciones en los cafés giran en torno a quién es el verdadero enemigo: ¿el narcotráfico o la corrupción dentro del gobierno? Rocha Moya, por su parte, ha negado cualquier implicación, asegurando que no estaba en el país el día del asesinato y captura, aunque las dudas persisten y los rumores se multiplican como los susurros en el viento.

La perspectiva a futuro para Sinaloa es incierta. Con el poder del Cártel de Sinaloa ahora dividido entre facciones que buscan consolidar su influencia, la estabilidad política y social se ve amenazada. La captura de Zambada podría haber desatado una lucha interna por el control, lo que podría traducirse en más violencia en las calles. La sociedad civil ha comenzado a organizarse, exigiendo cambios no solo en la seguridad pública sino en la transparencia y la rendición de cuentas de sus líderes.

En medio de esta crisis, la Universidad Autónoma de Sinaloa, otrora fortaleza de Cuén, se encuentra en una encrucijada. Sus miembros están divididos entre el duelo por su líder asesinado y la lucha por mantener la autonomía frente a las presiones políticas. Las aulas, antes llenas de debates académicos, ahora son escenario de manifestaciones estudiantiles que buscan reivindicar la memoria de Cuén y la integridad de la institución.

El gobernador Rocha Moya, quien alguna vez fue aliado de Cuén, ahora se ve obligado a navegar en aguas turbulentas. Su administración está bajo la lupa, no solo por este caso sino por el manejo de la seguridad en el estado. Las recientes manifestaciones en Culiacán han sido un claro mensaje: la paciencia de la ciudadanía tiene un límite, y la demanda por un cambio real es palpable.

¿Qué sigue para Sinaloa? La clave podría estar en la capacidad de sus líderes para reconstruir la confianza pública, en una sociedad que ha visto demasiadas traiciones. La justicia para Cuén podría ser el punto de partida, pero el camino hacia una paz duradera implica enfrentar al narco, la corrupción y, sobre todo, la complicidad que se ha tejido en las estructuras de poder. Mientras tanto, Culiacán sigue su vida, entre la esperanza y la sombra, esperando un nuevo amanecer.