Dado que nuestros mundos sociales se redujeron como resultado de la pandemia, las vidas de los demás nunca han sido más atractivas.
Estamos consumiendo artículos fotográficos que capturan los días de trabajo del personal médico sobrecargado, leyendo noticias sobre políticos que rompen la cuarentena y celebridades que viajan en avión a islas privadas.
Algunos de nosotros miramos afuera para ver qué vecinos usan mascarilla para sacar la basura.
Y también pasamos una cantidad récord de tiempo en internet.
Solo en Reino Unido en junio pasado los adultos estuvieron en promedio una cuarta parte del día usando internet, según Ofcom, la autoridad estatal que regula los medios de comunicación en ese país.
Mientras que una encuesta global al comienzo de la pandemia descubrió que el 40% de los usuarios pasaba más tiempo en redes sociales.
No es una sorpresa que estemos consumiendo información, noticias y actualizaciones personales.
Como especie siempre hemos tenido curiosidad.
Nuestras propias historias están formadas por los intercambios que tenemos con las vidas e historias de otras personas, dice Anne Chappell, profesora titular de la Universidad Brunel de Londres, quien recientemente examinó este comportamiento junto con la profesora asociada de la Universidad de Plymouth, Julie Parsons.
Sin embargo, durante la pandemia, nuestro interés por la vida de otras personas parece estar alcanzando nuevos niveles.
Aunque puede parecer algo indiscreto —o incluso voyerista— este impulso puede no ser algo malo.
En momentos como estos, cuando los comportamientos y las normas no tienen precedentes y están evolucionando, observar a otras personas puede ayudarnos a procesar cada altibajo de la pandemia, e incluso a aprender a adaptarnos.
Un entendimiento compartido
Por supuesto, el voyerismo no es nuevo.
Tuvimos páginas de sociedad que publicaban relatos de celebridades al estilo Kim Kardashian en periódicos del siglo XIX, mucho antes de que tuviéramos la revista People, que surgió mucho antes que las historias de Instagram.
Hoy, sin embargo, tenemos muchas más formas de mirar por encima de la pared metafórica que hace solo una década.
Los proveedores de noticias se han multiplicado y ofrecen artículos de opinión y fotográficos que agregan dimensión y perspectivas humanas a las historias del día.
En las redes sociales, no solo tenemos Facebook, sino Instagram, Snapchat, TikTok y ahora Clubhouse: una abundancia de plataformas diversificadas que brindan diferentes formas de observar a los demás.
Sin embargo, este deseo de mirar la vida de los demás no es solo voyerismo.
La palabra en sí misma, dice Chappell, a menudo implica un comportamiento ilícito o sexual. Puede ser un observador pasivo que mira a otros participar activamente, a veces, pero no siempre, con el consentimiento de quienes están siendo observados.
Sin embargo, lo que obtenemos al mirar las cosas de otras personas —un acto que a menudo es inconsciente de nuestra parte— no es una «fascinación mórbida». Es más bien, un intercambio más activo, un esfuerzo por darle sentido al mundo que nos rodea.
Chappell menciona los diarios íntimos e históricos de personas como Ana Frank, destacando que son los pensamientos de más de una persona. Ellos nos hablan tanto de la vida individual como de la manera en la que funcionaba la sociedad a su alrededor.
Entonces nuestro deseo de observar parece nacer de una ambición de intercambiar información sobre quiénes somos a través de las historias que contamos sobre nosotros mismos.
«Todas las historias que experimentamos directamente, en persona con otras personas, y aquellas historias sobre las que leemos, vemos, escuchamos y con las que nos relacionamos, están teniendo algún tipo de impacto en la configuración de nuestra comprensión compartida de la sociedad», describe Chappell.
Aprendizaje y procesamiento
Desde que la pandemia de la covid-19 se extendió por todo el mundo, estamos aún más interesados en estas historias.
Nuestro mayor deseo de consumir todo tipo de información refleja en parte nuestra reducida vida social diaria.
Ya sea que se trate de colegas de la oficina que extrañamos o de los padres del equipo de fútbol de un hijo, «con el aumento del aislamiento social durante la pandemia, somos más curiosos y estamos más interesados en la vida de quienes nos rodean», asegura Sabrina Romanoff, psicóloga clínica en el Hospital Lenox Hill de la ciudad de Nueva York.
Las redes sociales, algo que trae un elemento de escapismo desde las mismas cuatro paredes, nos permiten mirar la vida de los demás en un plano virtual, ya sea analizando las estanterías de los entrevistados u obsesionándose con una receta viral que extraños hacen en sus cocinas.
Proporcionan un placebo para las oportunidades de conexión en el mundo real que fueron eliminadas, opina Laura Tarbox, experta en estrategia cultural y de marca que estudia los cambios y comportamientos emergentes en las redes sociales.
Aunque estas interacciones pueden no ser tan satisfactorias como los encuentros en la vida real, las plataformas de redes sociales son una de las pocas formas que nos quedan para conectarnos espontáneamente con otros humanos, dice Romanoff.
Plataformas como TikTok, Instagram y Snapchat nos ayudan a cruzar caminos virtuales con aquellos que de otra manera probablemente nunca conoceríamos durante el confinamiento, agrega Tarbox.
Las redes sociales también juegan un papel en el establecimiento rápido de nuevas normas, algo que se hace evidente cuando nos avergonzamos de las fotos de invitados en una boda, o juzgamos en Instagram las fotos de una cuenta de una celebridad llenas de palmeras que claramente no son de viajes esenciales.
«Hemos estado monitoreando las redes sociales, tanto consciente como inconscientemente, para comprender las nuevas ‘reglas’ de aceptabilidad durante la pandemia. En resumen, para absorber un nuevo código social que se está creando en tiempo real», explica Tarbox.
«¿Qué es aceptable hacer, cómo deberíamos comportarnos, con quién está bien estar y qué es seguro compartir?… Las redes sociales son donde captamos las señales y aprendemos las reglas», afirma.