En un evento que parece sacado de una novela de aventuras, la momia de Ramsés II, uno de los faraones más célebres de Egipto, cruzó fronteras internacionales más de tres mil años después de su muerte. Este fascinante viaje no solo destaca por su singularidad, sino también por la necesidad de preservar uno de los tesoros más valiosos de la humanidad.
La historia toma un giro inesperado cuando se revela que, para viajar a Francia con el fin de recibir tratamiento contra los daños por hongos, a la momia de Ramsés II se le tuvo que emitir un pasaporte. Aunque suene inverosímil, las leyes francesas requieren que cualquier individuo, vivo o muerto, que entre al país posea un pasaporte válido. La imagen de este pasaporte, aunque recreada y popularizada por el arqueólogo David S. Anderson, capturó la imaginación del público global.
La decisión de trasladar a Ramsés II al extranjero fue motivada por la necesidad urgente de preservar su estado. Los expertos determinaron que los tratamientos disponibles en Francia eran esenciales para mantener la integridad de la momia, que había comenzado a deteriorarse en el Museo Egipcio de El Cairo. Este esfuerzo destaca la importancia de la cooperación internacional en la conservación del patrimonio cultural.
A su llegada a Francia, la momia fue recibida no como un simple artefacto arqueológico, sino con los honores dignos de un jefe de estado. La Secretaría de Estado para las Universidades, Alice Saunter-Seite, y un destacamento del ejército francés le dieron la bienvenida, subrayando el profundo respeto y la significancia histórica de este faraón.