El anuncio se dio en el contexto del Foro de Consulta para una Migración Ordenada, Segura y Regular, auspiciado por el Gobierno de México. Brugada delineó un plan que va más allá de los albergues: garantizar derechos fundamentales como la salud, la educación y la inclusión laboral para todas las personas en movilidad. ¿Suena utópico? Quizá, pero también es el tipo de mensaje que muchos necesitaban escuchar.
La Ciudad de México, reconocida en su Constitución como un santuario para las personas migrantes, busca erigirse como un ejemplo de justicia social. Sin embargo, detrás de la retórica optimista, la realidad del fenómeno migratorio plantea interrogantes difíciles: ¿Cómo garantizar recursos suficientes en una ciudad que ya enfrenta múltiples crisis internas?
La postura de Brugada se alinea con la visión de la presidenta Claudia Sheinbaum, quien rechaza las amenazas y los aranceles como soluciones migratorias. En cambio, aboga por la cooperación entre países y una política basada en la justicia social. Brugada reforzó este mensaje, afirmando que “la migración debe ser un puente que nos acerque y no un muro que nos separe”. Pero, ¿qué tan sólido puede ser este puente cuando los flujos migratorios aumentan y las respuestas internacionales siguen fragmentadas?
Rosa Icela Rodríguez, secretaria de Gobernación, destacó una aparente reducción del 76% en los cruces irregulares en la frontera norte durante 2024, atribuyéndolo a la política migratoria humanista de México. Pero este dato, aunque alentador, no disipa las tensiones en una frontera donde la esperanza y la desesperación convergen a diario.
La colaboración con el Gobierno de México es un pilar del plan de Brugada. Sin embargo, garantizar la dignidad de los migrantes también implica enfrentar retos internos: el financiamiento, la infraestructura y, sobre todo, la voluntad política para implementar medidas efectivas sin caer en las promesas vacías.
El comisionado del Instituto Nacional de Migración, Francisco Garduño Yáñez, habló de objetivos ambiciosos: atender a los millones de turistas y residentes migrantes, pero también responder al fenómeno migratorio más grande de los últimos tiempos. “Procurar una migración segura, ordenada y regular” suena bien en papel, pero en la práctica, la realidad es más compleja.
Las palabras de Brugada y los datos presentados por Rodríguez y Garduño plantean una narrativa optimista, pero no pueden ignorar la magnitud del desafío. ¿Es la Ciudad de México realmente capaz de convertirse en ese faro de dignidad y esperanza que promete para los migrantes, o estamos ante un discurso bien intencionado que podría sucumbir ante la burocracia y las tensiones políticas? Marzo está a la vuelta de la esquina, y la ciudad estará bajo el escrutinio de quienes buscan algo más que palabras: un hogar digno en medio de su travesía.