Por Juan Pablo Ojeda
Seguro te ha pasado: estás de mal humor y de repente te das cuenta de que es porque tienes hambre. Este fenómeno, conocido como «hangry» (una mezcla de «hungry» y «angry»), no es solo una cuestión de percepción, sino que tiene una base científica sólida. Vamos a desglosar por qué sucede esto y cómo los cambios en nuestro cuerpo pueden afectar nuestro estado de ánimo.
Todo empieza con la glucosa, que es la principal fuente de energía para nuestras células, especialmente para las del cerebro. El cerebro, con sus 100,000 millones de neuronas, depende casi exclusivamente de la glucosa para funcionar correctamente. Cuando no obtenemos suficiente, es común sentir debilidad, irritabilidad, mareos e incluso dificultad para concentrarse. En situaciones extremas, una falta severa de glucosa puede llevar a un estado de coma.
Cuando los niveles de glucosa bajan, el cuerpo inicia una serie de reacciones hormonales para compensar. Una de las hormonas clave en este proceso es la grelina, que se produce en el estómago y estimula el apetito. La grelina también activa la liberación de cortisol, una hormona asociada al estrés, que se produce en las glándulas suprarrenales. El cortisol promueve la producción de glucosa a partir de ácidos grasos y proteínas almacenadas, un proceso conocido como gluconeogénesis, para aumentar los niveles de azúcar en sangre rápidamente.
El profesor Viren Swami de la Universidad Anglia Ruskin, citado por la BBC, señala que el hambre está estrechamente relacionada con niveles más altos de ira e irritabilidad. Según un estudio realizado por su equipo, el hambre se asocia con un aumento en los sentimientos de enojo y una disminución en el placer general. Este estudio se llevó a cabo en un entorno real, lo que aumenta la validez de los resultados.
El cortisol no solo afecta el apetito, sino que también altera los niveles de neurotransmisores como la dopamina y la serotonina, que están relacionados con las emociones y la percepción del estrés. Cuando estos neurotransmisores están alterados, es más probable que te sientas irritado o enojado cuando tienes hambre.
No solo los humanos experimentan esto. En estudios de comportamiento en peces cebra, se observó que estos animales también se vuelven más agresivos cuando tienen hambre. Otro estudio de la Universidad Anglia Ruskin y la Universidad de Ciencias de la Salud Karl Landsteiner en Austria, publicado en la revista PLOS ONE, encontró que la sensación de hambre se relaciona con mayores niveles de ira e irritabilidad y menores índices de placer.
La evolución también juega un papel en esta respuesta. Durante la era de los cazadores-recolectores, ser agresivo en tiempos de escasez de alimentos podía ser una ventaja para competir por recursos limitados. Aunque hoy en día no enfrentamos la misma competencia directa por la comida, nuestro cuerpo todavía responde al hambre de manera similar.
Conocer cómo reacciona nuestro cuerpo al hambre puede ayudarnos a manejar mejor nuestras emociones. Así que la próxima vez que te sientas irritable por no haber comido, recuerda que no estás solo; es la ciencia hablando.