CDMX a 23 de agosto, 2024.- En un mundo donde la ciencia y la salud pública están en el centro de atención, términos como SARS-CoV-2, H1N1 o MPXV se han convertido en parte de nuestro vocabulario diario. Sin embargo, para muchos, estos nombres pueden parecer un rompecabezas de letras y números. ¿Cómo se decide el nombre de un virus? ¿Qué significan realmente estas combinaciones alfabéticas y numéricas? Aquí te explicamos cómo funciona la nomenclatura de los virus y por qué es tan importante.
La taxonomía es la ciencia de clasificar y nombrar organismos. En el caso de los virus, esta disciplina no solo es crucial para entender sus características y comportamiento, sino que también es fundamental para desarrollar tratamientos y vacunas. Según Stuart Siddell y Andrew Davison, expertos del International Science Council, una correcta clasificación permite a los científicos rastrear el origen de un virus, identificar a sus huéspedes, y comprender cómo causa enfermedades.
La clasificación de los virus se realiza en una jerarquía de 15 rangos, desde géneros hasta reinos, basada en características externas como el tamaño y la forma de las partículas virales, así como en la diversidad de los huéspedes y las enfermedades que provocan. Este sistema es gestionado por el Comité Internacional de Taxonomía de Virus (ICTV), que asegura que la clasificación sea coherente y útil para la comunidad científica.
Mientras que la clasificación científica de los virus es realizada por comités especializados, el nombre específico de un virus suele ser elegido por los investigadores que lo descubren. Este nombre es luego adoptado por la comunidad científica. La Organización Mundial de la Salud (OMS) también juega un papel crucial al recomendar que los nombres de los virus y las enfermedades asociadas se relacionen con los síntomas o el nombre del virus, evitando términos que puedan estigmatizar a regiones o comunidades.
Un ejemplo claro es el virus de la influenza. Este virus tiene cuatro tipos principales: A, B, C y D, de los cuales los tipos A y B son los responsables de las epidemias estacionales. El tipo A, en particular, se subdivide en subtipos basados en las proteínas de su superficie, hemaglutinina (H) y neuraminidasa (N). Por ejemplo, el H1N1 fue el virus responsable de la pandemia de gripe de 2009 en México, un nombre que refleja sus características genéticas específicas.
Otro caso es el SARS-CoV-2, responsable de la pandemia de COVID-19. Su nombre proviene de «Severe Acute Respiratory Syndrome Coronavirus 2», donde «SARS» indica el tipo de síndrome respiratorio agudo severo que causa, «CoV» señala que es un coronavirus, y el «2» lo distingue del SARS-CoV, que provocó un brote en 2002-2003.
La viruela del mono, o MPXV, sigue una lógica similar. «MP» proviene de «Monkeypox» (viruela del mono) y «XV» de «Virus». Este nombre refleja tanto su origen en primates como su naturaleza viral.
La nomenclatura de los virus no es solo una cuestión de etiquetas, sino una herramienta esencial para la investigación y la respuesta sanitaria global. Nombres como SARS-CoV-2 o H1N1 nos informan sobre las características del virus y su comportamiento, lo que facilita la comunicación entre científicos, médicos y la población en general.
Con un nombre bien definido, los investigadores pueden rastrear la evolución del virus, desarrollar estrategias de tratamiento, y coordinar respuestas globales ante pandemias y brotes. Además, la elección cuidadosa de estos nombres ayuda a evitar el estigma y la desinformación, asegurando que la atención se centre en la ciencia y no en el miedo.