En las calles de Culiacán, donde las balas han marcado el ritmo de la vida cotidiana, Omar García Harfuch, el nuevo Secretario de Seguridad y Protección Ciudadana, dio sus primeros pasos en una batalla que no es nueva para él. Con una estrategia que promete cambiar el curso de la lucha contra el crimen organizado en México, Harfuch y el gobierno federal bajo el mando de Claudia Sheinbaum, se enfrentan a un coloso de violencia y corrupción con un plan basado en cuatro pilares esenciales.
Desde el corazón de la administración de Sheinbaum, García Harfuch ha desvelado un enfoque que combina la atención a las causas profundas del crimen con una consolidación de la Guardia Nacional, el fortalecimiento de la inteligencia e investigación, y una coordinación absoluta dentro del gabinete de seguridad. Esta estrategia no solo busca enfrentar a los cárteles en un frente abierto, sino también socavar sus bases mediante la prevención y la cooperación interinstitucional.
Caminando por las mismas calles donde Los Chapitos y El Mayo Zambada libran su guerra, Harfuch no solo ha prometido, sino que ha comenzado a mostrar resultados. En los primeros meses de su gestión, ya se han reportado decenas de detenciones significativas y el decomiso de más de 42 toneladas de droga, incluyendo un número alarmante de pastillas de fentanilo, una sustancia que ha devastado a comunidades enteras.
La inteligencia, un aspecto clave de esta nueva estrategia, se ha visto reforzada con la creación de la Subsecretaría de Inteligencia e Investigación Policial y un Sistema Nacional de Inteligencia que busca penetrar en las estructuras criminales más herméticas. Este cambio de paradigma se aleja de la guerra frontal contra las drogas y apuesta por una paz más duradera, trabajando desde la raíz del problema: la desigualdad, la pobreza y la falta de oportunidades que empujan a muchos jóvenes hacia el abismo del crimen.
García Harfuch, quien ya probó su temple bajo el fuego literal con un atentado que casi le cuesta la vida en 2020, no es un desconocido en este terreno. Su historia en la Ciudad de México, donde logró reducir significativamente los homicidios durante su etapa como jefe de policía, le precede. Ahora, en una escala nacional, su reto es gigante, pero su determinación parece inquebrantable, según lo demuestran las acciones en Sinaloa y otros puntos calientes del país.
La coordinación con Estados Unidos también forma parte de este complejo tablero de ajedrez en seguridad. Sheinbaum y Harfuch han prometido una colaboración más estrecha, entendiendo que el crimen organizado no respeta fronteras y que la paz en México también depende de la cooperación internacional. Este enfoque busca no solo el combate directo sino también el desmantelamiento de las redes financieras y logísticas que sustentan a los cárteles.
En su primer despliegue oficial, Harfuch no solo caminó, sino que se paró firme junto a los militares en Culiacán, enviando un mensaje claro: el cambio en la estrategia de seguridad ha comenzado. Los ciudadanos de México, cansados de la violencia, observan con esperanza y escepticismo este nuevo intento por recuperar la tranquilidad que tanto anhelan.
Pero más allá de las estadísticas y los anuncios, lo que realmente importa es la vida diaria de los mexicanos. ¿Logrará Harfuch, con su estrategia, devolverles las calles a las familias, los parques a los niños, y la seguridad a un país que ha vivido demasiado tiempo bajo el yugo del crimen? Esa es la pregunta que flota en el aire, mientras México espera, con una mezcla de fe y cautela, que este nuevo capítulo traiga finalmente la paz duradera que tanto necesita.