Gerardo Fernández Noroña, tras dejar PT por Morena para ser presidente del Senado, es abucheado en Congreso petista.

Por Bruno Cortés

El 26 de abril de 2025, el salón de un hotel en el centro histórico de la Ciudad de México vibraba con el fervor de cientos de militantes del Partido del Trabajo (PT) reunidos en su 12° Congreso Nacional Ordinario. El aroma a café amargo y el zumbido de las conversaciones se cortaron de tajo cuando Gerardo Fernández Noroña, presidente del Senado, subió al estrado. Apenas tomó el micrófono, un coro de abucheos y gritos de «¡que se afilie!» lo envolvió como una ola. Las banderas rojas del PT, agitadas con furia, parecían reprocharle su reciente traición: Noroña abandonó al PT para unirse a Morena, un movimiento que lo catapultó a la presidencia del Senado, pero que le costó la lealtad de quienes alguna vez lo respaldaron.
El senador, con el rostro endurecido bajo las luces del escenario, intentó calmar las aguas. «El sectarismo es nuestro enemigo; Morena, PT y Verde somos un solo movimiento», proclamó, con la voz quebrándose por la intensidad del rechazo. Pero los militantes no cedieron. Algunos lo llamaron «traidor» y «malagradecido», recordándole que llegó al Senado en 2021 gracias al PT, solo para afiliarse a Morena el 18 de febrero de 2025, en una maniobra que muchos interpretan como un cálculo para asegurar la presidencia de la Mesa Directiva. La hostilidad fue tal que Noroña, visiblemente frustrado, abandonó el evento, dejando tras de sí un murmullo de descontento que resonó como un eco de su propia ambición.
Este episodio no es solo un drama personal; es el reflejo de una fractura en la izquierda mexicana. Noroña, ahora alineado con Morena, parece responder directamente al coordinador de la bancada morenista en el Senado, Adán Augusto López, una figura clave en la estrategia política de la 4T. La decisión de Noroña de sumarse a Morena, según analistas, fue un paso estratégico para consolidar poder dentro del oficialismo, pero lo ha convertido en un peón en el tablero de López, quien maneja los hilos de las decisiones legislativas. En redes sociales, Noroña ha elogiado públicamente a López como un «operador impresionante», una declaración que subraya su nueva lealtad, pero que también lo pinta como subordinado a los intereses del coordinador.
Pese al rechazo, hay un lado positivo en la intensidad de los militantes del PT. Sus abucheos, aunque hirientes, muestran una pasión inquebrantable por su identidad partidista. En un país donde la política a menudo se diluye en pactos pragmáticos, esta defensa visceral de principios es un recordatorio de que la militancia aún puede rugir. Sin embargo, el precio de esta pasión fue alto: Noroña salió del congreso con el traje arrugado y el orgullo herido, un símbolo de las consecuencias de cambiar de bandera en busca de poder.
Noroña, por su parte, demostró resiliencia. Su historial en la izquierda, desde sus días en el PRD hasta su paso por el PT, lo ha forjado en la adversidad. Aunque su salida del PT para unirse a Morena lo ha puesto en la mira de las críticas, su insistencia en promover la unidad de la coalición Juntos Hacemos Historia es un esfuerzo que, aunque ignorado en el calor del momento, podría rendir frutos en el futuro.
Su lealtad a Morena y a figuras como López lo posiciona como un actor clave en el Senado, pero también lo expone a la percepción de ser un operador al servicio de los intereses de la cúpula morenista.
El incidente destapa una verdad incómoda: la coalición de izquierda está fragmentada. Las tensiones entre el PT y Morena, exacerbadas por la salida de Noroña y su nueva alianza con López, amenazan la cohesión de cara a las elecciones de 2027. El PT, que ya ha anunciado su intención de competir solo en estados como Veracruz, parece dispuesto a marcar distancia, mientras Morena consolida su dominio. En este contexto, la figura de Noroña, atrapado entre su pasado petista y su presente morenista, encarna las contradicciones de una izquierda que lucha por mantenerse unida.
El humor negro de la situación no pasa desapercibido: Noroña, quien predicaba la unidad, fue expulsado por los suyos tras vender su lealtad al mejor postor. Es una escena digna de la política mexicana, donde las traiciones son tan comunes como los discursos de solidaridad. Sin embargo, su capacidad para mantenerse en pie, incluso bajo los abucheos, sugiere que Noroña no se rendirá fácilmente. Mientras López mueve las piezas en el Senado, Noroña parece dispuesto a seguir el juego, aunque el costo sea su reputación entre los militantes que alguna vez lo aclamaron.
En conclusión, el abucheo a Noroña en el Congreso del PT es más que un episodio de rechazo; es un retrato de las ambiciones y fracturas que definen a la izquierda mexicana. La decisión de Noroña de dejar el PT por Morena lo llevó a la cima del Senado, pero lo ató a las directrices de Adán Augusto López, mientras los militantes petistas le recordaron el precio de la deslealtad. Con 2027 en el horizonte, este incidente podría ser el catalizador de un replanteamiento en la coalición, o el preludio de una ruptura mayor. Por ahora, Noroña camina sobre brasas, y el PT afila sus garras.

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