En los enredos del poder legislativo mexicano, donde cada día parece ser un nuevo capítulo de una telenovela política, el partido Morena se ha visto envuelto en un escándalo que ha puesto a prueba su cohesión interna. La presidenta Claudia Sheinbaum, con una voz que busca ser la de la razón en medio de la tormenta, ha pedido a los suyos que mantengan la «cabeza fría» ante las acusaciones de supuestos pagos irregulares en el Senado, protagonizadas por dos de sus pesos pesados: Adán Augusto López y Ricardo Monreal.
El diferendo en cuestión comenzó cuando Adán Augusto, en su rol de presidente de la Junta de Coordinación Política del Senado, decidió sacarle brillo a la lupa. Descubrió, o más bien, hizo públicas, supuestas irregularidades por un valor de 150 millones de pesos en contratos de la administración pasada. Hablamos de contratos que, según él, eran más bien simulados, como el de la administración de archivos históricos y el mantenimiento de elevadores, servicios que al parecer no se prestaban o se facturaban con precios de risa.
Entra entonces Ricardo Monreal, el exlíder de la Jucopo, quien no se quedó callado. Con un tono de voz que mezcla incredulidad y molestia, Monreal ha negado cualquier mal manejo, asegurando que en su tiempo al frente del Senado, la transparencia era el pan de cada día y que las auditorías eran como el desayuno, rigurosas y constantes.
La presidenta Sheinbaum, con el país observando, ha optado por la vía diplomática. «Cabeza fría», ha dicho, como si estuviera hablando con unos niños que se pelean por un juguete. Su mensaje es claro: no perdamos el foco en la unidad de Morena, pero si hay trapos sucios, que se laven en público, con la claridad que merece la ciudadanía.
Este escándalo no solo pone a Morena en el ojo del huracán, sino que también abre una puerta a cómo se manejan los recursos públicos en México. ¿Será este el inicio de una limpieza más profunda en el Senado o solo la punta del iceberg de una batalla interna por el control y la influencia dentro del partido?