Valencia, España a 1 de noviembre, 2024.- En un acto de solidaridad inquebrantable, miles de voluntarios han llegado a Valencia y sus alrededores para ayudar a los damnificados por la reciente DANA, que dejó un rastro de destrucción en localidades como Paiporta, ahora epicentro de una crisis sin precedentes. Desde la mañana del viernes, personas de todas partes de España cruzaron a pie puentes y caminos hacia la periferia sur de Valencia, cargando palas, escobas, agua y víveres para apoyar a las familias atrapadas entre el barro y los escombros.
Federico Martínez, un ingeniero de 55 años que viajó desde una localidad cercana, expresa entre lágrimas el impacto de ver la devastación y la respuesta masiva de solidaridad: “Esto emociona, pone los pelos de punta”, dice mientras se dirige a la zona afectada, donde las autoridades han montado puntos de distribución de ayuda para enfrentar la emergencia.
El flujo de voluntarios ha sido imparable, aun cuando las autoridades recomendaron a la población no ingresar a las zonas afectadas para evitar bloquear las vías de acceso de los equipos de rescate. Alicia Izquierdo y su hermana Marta, ambas de pueblos cercanos, empujan carros llenos de comida y agua, mientras comparten la dificultad de conseguir víveres en la zona. “Toda la ayuda es poca. Menos mal que España es solidaria”, asegura Alicia, quien se dirige a Paiporta, una localidad que aún enfrenta la carencia de agua y luz tras el desastre.
Para muchos voluntarios, la motivación es más personal. Tamara Gil, profesora de un colegio en Paiporta, recorre los tres kilómetros que la separan de la comunidad afectada, cargando un carrito con agua y alimentos. Su mayor preocupación son sus alumnos, con quienes no ha podido comunicarse desde el martes. “No sé nada de ellos ni de sus familias y no sé cómo ha podido repercutirles,” confiesa Tamara, con ansiedad en sus palabras.
La situación en Paiporta es crítica. Con calles cubiertas de barro y escombros, los vecinos se unen en largas filas para recibir alimentos y agua en el auditorio municipal, mientras los voluntarios sacan fango de las casas y edificios. Ramón Vicente, un vecino de 73 años, recuerda la riada de 1957 y, junto a su esposa Fausti, lamenta la situación actual, expresando su preocupación por el futuro de los mayores en medio de esta tragedia.
Frente a la iglesia principal, voluntarios como Montse Fernández y Paco Clemente, un farmacéutico de Torrente, quitan con esfuerzo el barro y señalan la falta de recursos. “Falta organización. La gente quiere ayudar, pero no hay nadie que organice”, expresa Montse.
Para muchas familias, el desastre ha sido un recordatorio de lo frágil que puede ser todo. Estefanía García, quien perdió su coche y parte de su casa, camina con su bebé en brazos, agradecida de estar viva y de tener a su familia a salvo. “No pasa nada, estamos vivos,” comenta con los ojos llenos de emoción, mientras su familia se dirige a un lugar seguro.