Por Bruno Cortés
En el corazón de la Ciudad de México, donde el bullicio urbano es sinónimo de vitalidad económica, las expectativas para el 2025 pintan un cuadro más reservado. Las grandes calificadoras como Standard & Poor’s y Moody’s, con su ojo crítico sobre las finanzas nacionales, han bajado sus pronósticos de crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) mexicano. Según estas estimaciones, México verá un crecimiento de apenas el 1.2% el próximo año, una cifra que resalta la incertidumbre y los retos que enfrenta el país en su camino hacia la recuperación post-pandemia.
Las calles de la capital, llenas de vida y comercio, podrían no reflejar este número si miramos solo a la superficie. Sin embargo, detrás de cada esquina y en cada oficina, la noticia de este pronóstico ha generado un eco de preocupación. Moody’s ha sido particularmente pesimista, reduciendo su estimación a un alarmante 0.6%, citando la influencia de políticas externas, como las posibles acciones de Donald Trump en Estados Unidos, que podrían afectar el comercio y la inversión en México.
El contraste entre el optimismo del gobierno y las calificaciones de estas agencias nos lleva a un mercado donde la especulación financiera y la planificación económica se encuentran en un delicado equilibrio. Los analistas de la OCDE y la CEPAL han coincidido en esta visión de bajo crecimiento, con cifras similares que no superan el 1.2%, lo que sugiere una convergencia en el pensamiento global sobre el desempeño económico mexicano.
En las oficinas de los economistas, donde las gráficas y datos danzan en pantallas de computadoras, se discute cómo este crecimiento limitado impactará a las políticas sociales y el gasto público. El aumento del gasto social, una promesa clave del nuevo gobierno, podría verse comprometido si las finanzas públicas no logran mantener un ritmo de crecimiento más robusto. Este escenario ha llevado a algunos a calificar el panorama económico de 2025 como un «cataclismo financiero» en potencia.
Las repercusiones de estas proyecciones no solo se sienten en las decisiones de política fiscal sino también en la vida diaria de los mexicanos. En los mercados locales, donde cada día es una lucha por mantener los precios y el empleo, una economía que crece a paso de tortuga puede significar menos oportunidades y mayor precariedad. Los pequeños comerciantes y empresarios, que son el pulso de la economía informal, miran con preocupación hacia el horizonte del 2025.
Sin embargo, no todo es pesimismo. En las aulas universitarias y las mesas de negociación, se abren debates sobre cómo innovar y reformar para superar estos pronósticos. Ideas sobre reforma fiscal, inversión en infraestructura y la mejora del clima de negocios son discutidas con fervor, buscando revertir estos números a través de políticas más agresivas y enfocadas en el desarrollo sostenible.
Este año, México está ante un espejo que refleja no solo sus desafíos económicos sino también su capacidad de resiliencia y adaptación. Las calificadoras han hablado, pero la realidad económica de 2025 aún está en manos de quienes toman decisiones hoy. En un país donde la historia ha demostrado que desde la adversidad puede surgir la creatividad y la reinvención, el futuro económico de México en 2025 será tanto un reto como una oportunidad para redefinir su camino hacia adelante.