Marco Verde, nacido en las calles de la colonia Montuosa de Mazatlán, ha recorrido un camino lleno de desafíos para convertirse en uno de los grandes nombres del boxeo olímpico mexicano. Su medalla de plata en los Juegos Olímpicos de París 2024 no solo llenó de orgullo a su estado natal y a todo el país, sino que también despertó un nuevo interés por un deporte que había estado en declive para México.
Desde el bronce de Misael Rodríguez en Río 2016, el boxeo olímpico mexicano no había logrado grandes éxitos, y la presea de plata de Marco devolvió la ilusión a una nación que vibró con cada golpe en el cuadrilátero. «La gente me vio como un ganador, aunque no gané el oro», explica Verde, quien todavía se sorprende por la magnitud de su impacto.
Sin embargo, con la fama vienen nuevas responsabilidades. Verde se enfrenta a una encrucijada: la oportunidad de convertirse en profesional o continuar como figura del boxeo amateur, aunque con el futuro del boxeo olímpico en duda para Los Ángeles 2028, las presiones aumentan. «Es una carrera contra el tiempo», admite el joven de 22 años, mientras reflexiona sobre los riesgos y beneficios de dar el salto al profesionalismo.
En la colonia donde creció, las pandillas han sido reemplazadas por los paseantes que buscan probar los mariscos locales o conocer el lugar de origen del medallista. Marco Verde representa mucho más que un simple logro deportivo, es un símbolo de esperanza y orgullo para una comunidad marcada por la violencia.
Mientras tanto, Verde analiza ofertas y contratos con cautela, apoyado por su padre, Manuel Verde, también ex boxeador olímpico. La decisión no es fácil, pero lo que está claro es que, profesional o no, Marco Verde ya ha dejado una marca imborrable en la historia del boxeo mexicano.