Francia está siendo testigo de uno de los juicios más impactantes de su historia reciente: el caso de Gisèle Pèlicot, una mujer de 67 años que fue violada repetidamente por más de 50 hombres durante una década, mientras su marido, Dominique Pélicot, de 71 años, ofrecía estos «servicios» en una página web clandestina. Este escalofriante relato de abuso y manipulación tiene lugar en la ciudad de Aviñón, donde la justicia intenta esclarecer la magnitud de los crímenes cometidos.
Dominique Pélicot, acusado principal, drogaba a su esposa con potentes ansiolíticos como Temesta y Zolpidem, dejándola en un estado de inconsciencia que le permitía a él y a otros hombres abusar de ella en repetidas ocasiones. A lo largo de diez años, Gisèle vivió una pesadilla sin saberlo, siendo víctima de abusos sexuales en su propio hogar, mientras su esposo grababa las escenas o participaba activamente en ellas. Las autoridades han identificado a 51 agresores, aunque se sospecha que el número podría ser aún mayor.
El juicio, que ha conmocionado a la sociedad francesa, ha sacado a la luz la cruda realidad de estos abusos sistemáticos. Entre los hombres involucrados, algunos defienden haber sido engañados por Pélicot, alegando que creían participar en un acuerdo consensuado de carácter libertino. Sin embargo, la evidencia apunta a una red de abuso premeditado y meticulosamente organizado. Hasta el momento, solo 14 de los 51 acusados han admitido su culpabilidad, mientras que los demás se han declarado inocentes. La pena máxima para los acusados es de 20 años de prisión.
Gisèle, que ahora enfrenta las secuelas de esta traumática experiencia, ha sido diagnosticada con varias enfermedades de transmisión sexual y un severo estrés postraumático. «Me siento sucia, traicionada, como si me hubiera atropellado un tren de alta velocidad», confesó a la agencia AFP. La mujer ha solicitado el divorcio y busca reconstruir su vida tras esta brutal experiencia que ha sacudido a todo un país.
La investigación también ha revelado el alcance del comportamiento perverso de Pélicot, quien fue sorprendido grabando bajo las faldas de clientas en un supermercado en 2020. Este incidente llevó a las autoridades a registrar su domicilio, donde encontraron miles de fotos y videos de los abusos a su esposa y otras mujeres, incluidas su hija y sus nueras. Pélicot ha admitido su «adicción» a estos actos y confesó sentir «placer» al ver a su esposa siendo abusada, argumentando que su conducta es el resultado de un trauma infantil no resuelto.
El caso de Gisèle Pèlicot no solo destapa una red de abusos sistemáticos, sino que también pone en evidencia las fallas en los mecanismos de protección y justicia para las víctimas de violencia de género. Este macrojuicio, que ha sacudido los cimientos de la sociedad francesa, continúa mientras las víctimas buscan justicia y un cierre que les permita sanar sus heridas.