Línea 1 del Metro sigue incompleta tras casi tres años de obras

A paso lento, pero con presión política: avanza la remodelación de la Línea 1

La modernización de la Línea 1 del Metro de la Ciudad de México, una de las arterias más antiguas y transitadas del sistema, continúa envuelta en retrasos, cifras cuestionables y promesas sin calendario. A casi tres años de haber iniciado las obras —julio de 2022—, aún hay estaciones cerradas, incertidumbre presupuestal y una ciudadanía que espera respuestas más que discursos. Liz Salgado, diputada del Congreso capitalino, ha puesto el dedo en la llaga: la Línea Rosa no solo no está terminada, sino que nadie sabe cuándo lo estará realmente.

La reapertura reciente de estaciones clave como Cuauhtémoc, Insurgentes, Sevilla y Chapultepec representa un alivio para miles de usuarios diarios. Sin embargo, la ausencia de servicio en Juanacatlán, Tacubaya y Observatorio revela que el trabajo está lejos de completarse. A esto se suma un entorno urbano colapsado por obras paralelas, como la construcción de la terminal del Tren Interurbano México-Toluca y la extensión de la Línea 12. La sensación es clara: el oeste de la ciudad vive en una especie de coma inducido por maquinaria pesada, lonas naranjas y promesas pospuestas.

Salgado Viramontes no se anduvo con rodeos. Cuestionó públicamente a la Jefa de Gobierno, Clara Brugada, por intentar maquillar los tiempos de ejecución. “No se vale decir que no llevamos ni tres años, cuando las obras comenzaron desde julio de 2022”, sentenció la legisladora. Y no lo dice sin datos: el contrato original era por 38 mil 734.7 millones de pesos, financiados con ingresos del propio Metro y participaciones federales. No es poca cosa.

Como resultado de los retrasos, la empresa responsable fue sancionada con 1,500 millones de pesos. Aunque la cifra suena contundente, no compensa el desgaste cotidiano de quienes han debido reorganizar sus rutinas, absorber traslados dobles o simplemente perder horas de vida en transbordos improvisados. El castigo económico, aunque simbólicamente necesario, no borra la angustia de un sistema colapsado y una planeación que parece haberse redactado en servilletas.

Uno de los puntos más alarmantes que señaló Salgado es la falta de transparencia sobre el estado financiero y físico del proyecto. No hay informes actualizados, ni proyecciones claras del costo total tras los ajustes por inflación y retrasos. “Seguimos esperando esa información. Es obligación del Gobierno capitalino dar cuentas claras”, dijo. La opacidad en torno al gasto público es, como siempre, un viejo conocido del Metro.

Pero no todo es una ruina. Las estaciones reabiertas han mostrado mejoras sustanciales en infraestructura, señalización y seguridad. Los nuevos convoyes, cuando circulan, ofrecen una experiencia más cómoda y confiable. Y el avance de las obras, aunque lento, al menos es visible en ciertos tramos. El problema no es la modernización, sino su ejecución descoordinada, sus plazos elásticos y una comunicación institucional que parece escrita por un comité de evasores semánticos.

En un contexto electoral, donde cada acto administrativo se politiza, el Metro se convierte en una pieza clave del ajedrez. La exigencia ciudadana no solo es justa, es urgente. Porque en esta ciudad, el Metro no es un lujo, es una necesidad vital. Y jugar con su funcionamiento es jugar con la movilidad, la economía y la dignidad de millones.

Liz Salgado lo sabe, y por eso subraya la necesidad de certeza. Certeza en las fechas, en los costos, en la calidad de los trabajos. Lo que está en juego no es solo una línea de transporte, es la credibilidad de una administración que prometió transformarlo todo. Y hasta ahora, ha transformado muy poco, pero ha excavado bastante.

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