Por Bruno Cortés
El espíritu mexicano en cada gota
La Ruta del Mezcal no es solo una travesía turística; es un rito iniciático al alma de México. Desde los valles oaxaqueños hasta las áridas tierras potosinas, esta experiencia promete mucho más que el sabor ahumado del destilado: es una invitación a dialogar con siglos de historia, manos curtidas y culturas resilientes. Sin embargo, tras la seducción de las catas y los agaves, emerge una pregunta ineludible: ¿cuánto de esta riqueza beneficia realmente a las comunidades que la producen?
Oaxaca: la meca del mezcal
El recorrido comienza en Oaxaca, un santuario del mezcal artesanal. En Santiago Matatlán, conocido como la «capital mundial del mezcal», los palenques parecen templos donde maestros mezcaleros ofician rituales ancestrales. Pero detrás de la belleza de los campos de agave y los hornos de piedra, existe una realidad económica compleja: los productores locales compiten contra grandes marcas que, aunque elevan el prestigio del mezcal, a menudo centralizan las ganancias.
Guanajuato: la tradición que resiste
En el Bajío, San Luis de la Paz y San Felipe destacan con sus haciendas centenarias. Aquí, las historias de mezcaleros narran una resistencia cultural frente a las etiquetas que privilegian otros estados con mayor fama. Cada botella es un manifiesto de identidad, aunque el reconocimiento y los recursos para mantener estas tradiciones suelen llegar a cuentagotas.
Puebla: el mezcal como puente cultural
En Atlixco y Tehuacán, Puebla ha construido una Ruta del Mezcal con sabor agroturístico. A través de circuitos, los visitantes descubren variedades únicas y la diversidad de agaves poblanos. Sin embargo, entre ferias y degustaciones, surge un dilema: ¿estamos ante una verdadera integración cultural o una mercantilización del patrimonio?
San Luis Potosí: el destilado más íntimo
En Mexquitic de Carmona y sus alrededores, las tabernas tradicionales ofrecen un viaje más personal. El mezcal aquí no solo es una bebida, sino un símbolo de resistencia y arraigo comunitario. Las rutas, aunque menos conocidas, reflejan un espíritu puro y auténtico que corre el riesgo de ser absorbido por una industria en expansión.
Más allá del destilado: Guerrero, Durango y Michoacán
Otros estados, como Guerrero y Michoacán, aportan su propio matiz al universo mezcalero. Sin embargo, el escaso reconocimiento a sus variedades y la falta de promoción efectiva dejan en evidencia la desigualdad que persiste en esta industria, incluso dentro de su propia denominación de origen.
El lado amargo de la dulzura del agave
La Ruta del Mezcal tiene un potencial inmenso para dinamizar economías locales y conectar al turista con la riqueza cultural de México. Pero, al igual que el mezcal, debe beberse con conciencia. ¿Quién se lleva la mejor parte del festín? Las comunidades mezcaleras enfrentan retos como la sobreexplotación del agave, la falta de acceso a mercados justos y el despojo cultural que disfraza de “experiencia” lo que debería ser respeto y retribución.
Una invitación a reflexionar
Así como cada sorbo de mezcal revela un matiz diferente, cada región de esta ruta cuenta una historia que merece ser preservada. Más que un viaje, esta es una llamada a valorar lo auténtico, a proteger la tradición y a reconocer a quienes han hecho del mezcal un emblema de resistencia, identidad y orgullo nacional. Que la Ruta del Mezcal no sea solo un destino, sino una conciencia colectiva.