La Procesión del Silencio de Zacatecas: un rito que entrelaza devoción y herencia colonial

Cuando el sol comienza a ocultarse el Viernes Santo, Zacatecas se viste de luto. El repique grave de los tambores rompe el silencio al mismo tiempo que miles de velas iluminan el rostro de los penitentes, cuyos capirotes cónicos —herencia directa de las tradiciones medievales españolas— se recortan contra las fachadas de cantera rosa. Así inicia la Procesión del Silencio, un ritual que desde 1550 fusiona el fervor católico con rasgos únicos del mestizaje mexicano, y que en 2015 fue declarado Patrimonio Cultural Inmaterial del estado por su profundo valor histórico y comunitario.

A diferencia de otras procesiones de Semana Santa en México, aquí no hay cánticos ni plegarias en voz alta. El único sonido permitido es el redoble de las bandas de guerra, cuyo ritmo lento marca el paso de las cofradías que cargan imágenes religiosas —desde un Cristo yacente hasta la Virgen de la Soledad— por más de tres kilómetros de calles empedradas. Los participantes, ataviados con túnicas negras, moradas o blancas, avanzan con las cabezas gachas, algunos descalzos como acto de penitencia. Entre el público, familias enteras siguen el recorrido con velas en mano, dejando que la cera derretida les escurra por los dedos como símbolo de ofrenda.

La ceremonia es un catálogo vivo de símbolos: los capirotes, aunque asociados hoy a la solemnidad religiosa, evocan también los hábitos de las órdenes penitenciales españolas del siglo XVI. Las flores blancas que adornan los pasos aluden a la pureza, mientras el morado de las vestimentas representa el luto por la crucifixión. Pero quizás el momento más conmovedor ocurre al final, cuando la imagen de la Virgen de la Soledad llega a la Plaza de Armas. Allí, bajo la luz titilante de miles de cirios, el obispo imparte una bendición que unifica a creyentes y espectadores en un mismo gesto de recogimiento.

Turismo y fe: un encuentro que trasciende

Para los más de 20,000 visitantes que acuden cada año, la procesión no es solo un espectáculo, sino una ventana a la identidad zacatecana. El recorrido —que pasa por la Plazuela de García, el templo de San Juan de Dios y calles como Juan de Tolosa— se ha convertido en un puente entre el turismo cultural y la espiritualidad. «Vienen buscando fotos, pero se van con algo distinto», comenta un guía local. «El silencio obliga a mirar hacia adentro».

Con raíces en la Contrarreforma española pero adaptada al alma mestiza de México, esta tradición sigue interrogándonos sobre cómo el dolor y la fe se transforman en arte colectivo. Como escribió el cronista José de Jesús Sampedro: «En Zacatecas, hasta el silencio tiene eco».

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