En el trasfondo de las estrechas calles de Iztapalapa, donde las casas antiguas cuentan historias de tiempos pasados, se encuentra una tradición arraigada que nació como una promesa de agradecimiento y devoción.
Corría el año 1843 cuando una epidemia de cólera azotó la región, cobrándose vidas y sembrando el miedo entre los habitantes de Iztapalapa. En medio de la desesperación y la incertidumbre, la comunidad se aferró a su fe, buscando consuelo y esperanza en las palabras de sus líderes religiosos.
Fue entonces cuando, en un acto de desesperación y fe, los habitantes de Iztapalapa hicieron una promesa: si eran liberados de la devastadora plaga, llevarían a cabo anualmente la representación de la Pasión de Cristo como expresión de gratitud y devoción.
La promesa fue escuchada, y la epidemia finalmente cedió, dejando tras de sí una comunidad marcada por la adversidad pero fortalecida por la fe. Desde ese momento, año tras año, los habitantes de Iztapalapa han cumplido con su compromiso, llevando a cabo la representación de los últimos días de la vida de Jesucristo con una devoción inquebrantable.
La Pasión de Cristo en Iztapalapa se convirtió así en más que una simple tradición; se convirtió en un símbolo de la resistencia, la gratitud y la fe de una comunidad que se aferra a sus creencias incluso en los momentos más oscuros. Cada año, la representación no solo recuerda la promesa hecha hace más de un siglo, sino que también honra a aquellos que lucharon y murieron durante la epidemia, recordándonos la fragilidad de la vida y el poder sanador de la fe.
Hoy en día, la Pasión de Cristo en Iztapalapa continúa siendo un recordatorio vivo de la promesa hecha por una comunidad en tiempos de desesperación, un testimonio perdurable del poder de la fe para superar las adversidades y un homenaje conmovedor a aquellos que hicieron posible esta tradición centenaria.