Una de las enfermedades más temidas por su impredecibilidad y mortalidad es el cáncer, cuyo impacto no respeta edad, tiempo ni tamaño. Contrario a lo que se podría esperar, estudios recientes han mostrado que los animales de gran tamaño, como los elefantes y las ballenas, no sufren de cáncer con la frecuencia que su número de células sugeriría. Este fenómeno ha sorprendido a la comunidad científica y reorientado las investigaciones hacia nuevos horizontes.
El cáncer comienza cuando las células se multiplican descontroladamente debido a fallos en su estructura y función. Desde una perspectiva numérica, parece lógico pensar que a más células, mayor sería el riesgo. Sin embargo, Simon Spiro, un patólogo veterinario de la Sociedad Zoológica de Londres, lo comparó con un sorteo de lotería en un artículo para el diario británico The Guardian, sugiriendo que «a mayor número de células, mayores son las posibilidades de desarrollar cáncer».
Pese a esta teoría, las observaciones en animales grandes como las ballenas, que pueden vivir hasta 200 años, indican lo contrario. Richard Peto, un renombrado estadístico médico y epidemiólogo en la Universidad de Oxford, acuñó lo que se conoce como la «paradoja de Peto», que señala una relación inversa: a mayor tamaño corporal, menor probabilidad de cáncer.
Más allá del tiempo y la cantidad de células, la genética juega un papel crucial en esta dinámica. Investigaciones detalladas sobre animales fallecidos en el Zoológico de Londres han revelado que la tasa de mutación celular está inversamente correlacionada con la longevidad. Especies longevas muestran menos mutaciones anuales que las de vida más corta.
Uno de los descubrimientos más asombrosos ha sido el del gen TP53 en elefantes, conocido por su capacidad de supresión tumoral. A diferencia de los humanos que poseen una sola copia de este gen, los elefantes cuentan con unas veinte, lo que reduce drásticamente su susceptibilidad al cáncer.
Este intrigante hallazgo no solo expande nuestro entendimiento sobre el cáncer en diferentes especies, sino que también abre la puerta a nuevas estrategias para el tratamiento y prevención de esta enfermedad en humanos. A medida que seguimos explorando estos vínculos, el futuro para el tratamiento del cáncer se ve más esperanzador, demostrando una vez más cómo la naturaleza puede guiar la ciencia hacia soluciones innovadoras.