En los primeros días de la pandemia, el mundo se paralizó bajo el peso de la incertidumbre y el miedo. Las escuelas cerraron, el teletrabajo se convirtió en la norma, y el aislamiento social se hizo inevitable. En América Latina, la Organización Panamericana de la Salud (OPS) reportó un aumento significativo en problemas de salud mental como la ansiedad, la depresión, y el insomnio, especialmente entre mujeres, jóvenes y personal de salud. La pérdida de seres queridos, el desempleo y la crisis económica exacerbada por la pandemia han sido factores cruciales en este deterioro mental.
La respuesta de los gobiernos ha sido variada. En algunos países, se ha incrementado el presupuesto para servicios de salud mental, mientras que en otros, la falta de recursos ha dejado a muchos sin la atención necesaria. La OPS ha promovido una agenda de salud mental post-COVID que incluye la promoción de la salud mental a lo largo de la vida, el fortalecimiento de la prevención del suicidio y la adopción de un enfoque transformador en cuestiones de género y discriminación racial. Estas políticas buscan no sólo sanar las heridas inmediatas de la pandemia sino también construir sistemas de apoyo más resilientes y equitativos.
Sin embargo, el reto no es solo político o económico; es también cultural. La estigmatización de las enfermedades mentales sigue siendo un obstáculo mayor para quienes buscan ayuda. Historias de personas como Ignacio de Argentina, quien encontró refugio en ayudar en un comedor comunitario, o Rosa de Guatemala, que utilizó el arte como terapia, reflejan cómo muchos han tenido que encontrar sus propias formas de sobrevivir emocionalmente. UNICEF ha documentado estos testimonios, subrayando que el 27% de los jóvenes reportaron ansiedad y el 15% depresión en los últimos siete días de su encuesta.
En México, la Secretaría de Salud ha enfatizado la importancia de la terapia cognitivo-conductual, la psicoeducación y la rehabilitación cognitiva para tratar los efectos de la pandemia en la salud mental. Se ha reconocido que la atención mental debe empezar desde el primer nivel de salud con un enfoque preventivo, un punto crucial para identificar y tratar los síntomas de lo que algunos llaman «COVID largo» en términos de salud mental.
La pandemia también ha dejado claro que los trabajadores de la salud han sido algunos de los más afectados. Estudios han demostrado que hasta el 40% de estos profesionales han experimentado agotamiento emocional y que casi todos consideran necesaria la atención psicológica en sus centros de trabajo. Esta situación ha llevado a iniciativas como el Proyecto IMPACTCOVID-19, que busca entender y mitigar estos efectos en 16 países, incluyendo México.
A nivel mundial, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha lanzado informes sobre las consecuencias de la pandemia en la salud mental, resaltando un aumento significativo en problemas de depresión y ansiedad durante el primer año de la crisis. La OMS ha instado a los países a invertir más en salud mental, asegurando que los servicios estén disponibles y accesibles para todos, una tarea monumental pero esencial.
La historia de esta pandemia, en términos de salud mental, aún no ha terminado. Mientras la humanidad intenta regresar a una nueva normalidad, las cicatrices psicológicas requieren no solo tiempo para sanar sino también un compromiso colectivo para transformar cómo abordamos la salud mental. El legado de esta crisis podría ser un sistema de salud mental más robusto, inclusivo y atento a las necesidades de todos, si estamos dispuestos a aprender y actuar con urgencia y empatía.